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Al finalizar el reinado de Alfonso V, la Corona de Aragón había conseguido anexionar diferentes territorios más allá de la Península Ibérica y las islas Baleares: Cerdeña, Córcega y Sicilia. Nápoles, por su parte, quedó como reino propio del soberano aragonés e independiente de la Corona. A su muerte en 1458, ésta pasó a Juan II, incluyendo las tres islas anteriores, pero el sur de Italia quedó en manos de su hijo ilegítimo Ferrando I.

Italia 1494

Situación de Italia en 1494. Fuente

El nuevo monarca napolitano se enfrentó en un primer momento a otro candidato al trono, Juan de Anjou. Aunque consiguió derrotarlo, Francia ya había puesto sus ojos en Nápoles. Carlos VIII y sus consejeros no consideraron que los napolitanos fueran capaces de defenderse y planearon invadir la Península Itálica para conquistar el sur. En 1494 murió Ferrando y el papa Alejandro VI declaró sucesor a su hijo, Alfonso II. Sin embargo, el rey Carlos decidió reclamar los derechos históricos de Francia sobre Nápoles, obtenidos cuando el papado entregó el reino a Carlos de Anjou en 1265. La oportunidad se presentó cuando Ludovico Sforza el Moro buscaba apoyo exterior para ser duque de Milán y Francia aceptó ayudarlo. Así comenzó la invasión de la Península Itálica en 1494. Los diferentes estados italianos no pudieron hacer frente a su entrada y cuando los franceses entraron en Roma Alejandro VI les prometió finalmente el reino de Nápoles. Carlos VIII no encontró nuevas resistencias y el 24 de febrero de 1495 entró en Nápoles. A pesar de esto, se formó una coalición de estados italianos que se opuso a la vuelta del rey galo a Francia. Esta resistencia permitió el retorno de Ferrandino, hijo de Alfonso II de Nápoles, al reino napolitano. También tuvo otro efecto fuera de Italia, pues Fernando el Católico empezó a interesarse por lo que sucedía en el reino de Nápoles.

En un primer momento, Francia había conseguido pactar con Castilla y Aragón pero éste había desarrollado cierto interés en proteger Nápoles y esperaba la oportunidad de devolverlo a la legítima dinastía aragonesa. Para lograrlo, en marzo de 1495 llegó a Italia Gonzalo Fernández de Córdoba con las instrucciones de que todo cuanto conquistara sería en nombre de Fernando de Aragón. Por sus hazañas bélicas en Italia Gonzalo fue conocido como el Gran Capitán. A pesar de estos intentos del aragonés, Ferrandino consiguió volver a ser rey de Nápoles y ser sucedido por su tío Federico en 1496.

El panorama internacional cambió en 1498 cuando murió Carlos VIII y subió al trono francés su primo con el nombre de Luis XII, quien volvió a interesarse por Italia. En 1499 comenzó una nueva invasión. El rey Fernando decidió intervenir nuevamente ya que en 1497 había firmado con Carlos VIII un tratado por el cual el aragonés recibiría Calabria y en uno, el tratado de Granada de 1500, Apulia. Cuando Luis XII se dirigía a Nápoles para reinstaurar el dominio francés, después de haber capturado Milán, lo estaban esperando las tropas españolas en el sur de Italia.

Gonzalo Fernández de Córdoba ante el cadáver del duque de Nemours

Gonzalo Fernández de Córdoba ante el cadáver del duque de Nemours, de José Casado de Alisal. Fuente

En 1500 el Gran Capitán  llegó a Sicilia con un pequeño ejército. Antes de entrar en la Península ayudó a los venecianos a salvar Corfú de los turcos y conquistó Cefalonia. En verano de 1501 empezó el ataque español a Calabria, cuando ya el reino estaba prácticamente en manos de Luis XII. El ejército francés era superior y Gonzalo estuvo bloqueado en Barletta entre septiembre de 1502 y abril de 1503. Fue en este momento cuando creó un nuevo tipo de infantería que combinaba el uso de soldados con picas, espadas cortas y armas de fuego de mano. El 28 de abril el Gran Capitán mostró la efectividad de sus medidas cuando consiguió vencer a los franceses en la batalla de Cerignola. Sin encontrar nuevas resistencias, el 16 de mayo las tropas españolas entraron en Nápoles y el reino pasaba a manos de Fernando el Católico y no del anterior rey.

Luis XII no se resignó a la pérdida y en agosto de 1503 se volvieron a enfrentar franceses y españoles en Nápoles. A nivel político, Fernando consiguió organizar una alianza con el papado, Venecia, Milán y el emperador Maximiliano para hacer frente a Luis XII. En lo militar, el conflicto fue en un principio equilibrado para ambas partes, pero el 28 de diciembre los dos ejércitos se enfrentaron en Garigliano, que se saldó con una victoria española. El resultado final del conflicto se selló con el tratado de Blois en 1505, por el cual Francia reconocía la soberanía de Aragón sobre el reino de Nápoles.

Mientras esto ocurría en el sur, en el norte los franceses también habían conquistado la Lombardía y expulsado a los Sforza del gobierno de Milán. Su presencia duró poco tiempo pues entre 1512 y 1513 fueron derrotados y el emperador Maximiliano y Fernando el Católico decidieron devolver el ducado milanés a los Sforza.

La independencia de Milán también fue efímera porque el ducado ocupaba una posición estratégica en Italia como enlace entre España con el Franco Condado y el Tirol. Carlos V se decidió a ocupar Milán en 1522 para impedir que en el futuro Francia pudiera apoderarse de nuevo del territorio. No tuvo éxito pues dos años después, el rey Francisco I la retomó y consiguió aliarse tanto con el papado como con Venecia. Nuevamente España y Francia se enfrentaban en suelo italiano. La guerra se decantó a favor de los españoles cuando en la batalla de Pavía, el 24 de febrero de 1525, consiguieron la victoria y apresaron al monarca francés. Para su liberación, Francisco I firmó un tratado en Madrid en 1526 mediante el cual renunciaba a sus derechos sobre Italia.

Nada más ser libre, el rey francés rompió el acuerdo y formó la liga de Cognac contra el emperador, en la cual se encontraban el papado, Venecia, Florencia y otras ciudades italianas. Carlos V decidió hacer frente a la nueva alianza atacando a su parte más débil, el papado. Éste no pudo evitar que las tropas imperiales entraran en la Ciudad Eterna y se produjero el Saco de Roma el 6 de mayo de 1527. Aunque esto no fue del agrado de Carlos, el papa Clemente VII rompió con la liga y no tomó ninguna decisión que pudiera afectar negativamente del monarca.

Carlos V y Clemente VII

Cabalgata de la coronación de Carlos V en Bolonia, de Juan de la Corte. Fuente

A pesar de esto, la guerra en Italia estaba equilibrada entre España y Francia. Sólo empezó a inclinarse a favor de la primera cuando empezaron a llegar metales preciosos de América y aparecieron nuevos aliados como el genovés Andrea Doria y su flota en 1528. Finalmente se impuso España y en julio de 1529 Carlos V y el papado se reconciliaron mediante el tratado de Barcelona, por el cual Clemente VII aceptaba recibir a Carlos en Italia, e incluso el 24 de febrero del año siguiente lo coronó emperador en Bolonia. Francia, por su parte, firmó la paz de Cambrai el 3 de agosto de 1529, conocida como la paz de las Damas porque la firmaron Luisa de Saboya, madre de Francisco I, y Margarita de Austria, tía del emperador. En esta paz, Francia renunciaba a sus derechos sobre Nápoles, Génova y Milán. El duque de este último, Francesco II Sforza, fue reconocido como vasallo imperial.

Aunque parecía que la situación en Italia se había tranquilizado finalmente, la muerte de Francesco en 1535 sin herederos volvió a traer el conflicto porque Francia quería que lo sucediera uno de sus candidatos, el duque de Orleans, y no el propio emperador. Para conseguirlo, invadió Saboya y Piamonte y ocupó Turín en marzo de 1536.

Carlos V, que se encontraba entonces inmerso en una campaña militar en el norte de África, durante la cual había conquistado Túnez, tuvo que volver a dirigir su atención a Italia. Aunque la situación del imperio no era la más adecuada para reanudar el conflicto con Francia, Carlos V se decidió a invadir el país galo. El emperador se dirigió personalmente a la Provenza para atacar Marsella pero acabó en desastre para España, aunque también para Francia había sido costosa. Se intentó hacer negociaciones de paz pero fracasaron por las tensiones entre ambos reinos. Para remediar la situación, el papa Paulo III  convocó una cumbre en Niza en 1538 entre Carlos y Francisco, aunque ambos prefirieron tratar por separado con el papa. Se firmó una tregua de diez años que, en realidad, sólo se rompió a los cuatro años cuando Francisco I decidió atacar al emperador en los Países Bajos aprovechando la falta de recursos de Carlos por la expedición de Argel de 1541. El emperador se alió con los ingleses e invadió nuevamente Francia, obligando al rey Francisco a firmar la paz de Crépy el 19 de septiembre de 1544 por la cual renunciaba nuevamente a sus derechos sobre Nápoles.

Sin embargo, el problema de Milán seguía sin resolverse, aunque Carlos V había investido a su hijo Felipe duque en 1540. En 1551 el nuevo rey francés Enrique II volvió a reclamar sus derechos sobre Italia, en parte movido por la solicitud de ayuda del duque de Parma, Octavio Farnesio. Durante los años que duró la nueva guerra el emperador abdicó en favor de su hijo, Felipe II. En este conflicto España volvió a imponerse tras la victoria de la batalla de San Quintín del día 10 de agosto 1557 y la batalla de Gravelinas el 13 de julio de 1558. Dos años después, en 1559, se firmó la paz de Cateau-Cambrésis. Según ésta, Francia renunciaba finalmente a sus pretensiones italianas y Milán quedaba definitivamente en manos españolas, así como Cerdeña, Nápoles, Sicilia y el Estado de los Reales Presidios en la Toscana, que ya estaba en manos españolas desde 1557. La hegemonía de España en Italia se hizo indiscutible.

Bibliografía

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