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El hijo de Carlos V vino al mundo en Valladolid, en 1527. Desde su nacimiento estuvo predestinado a enormes empresas, a reinar sobre ignotos territorios. Y eso hizo durante décadas, concienzudamente. Pero antes de dar pie, a través de interesadas tergiversaciones, a la “leyenda negra” y de convertirse en el “demonio del sur” para los anglosajones, Felipe II recibió una esmerada educación en España.

¿Fue Felipe II el monarca definitivo?

Su padre siempre le aconsejó y tuteló, transmitiéndole saberes y actitudes ineludibles. Así afrontó con éxito los envites a los que estaba llamado. Su primera prueba de fuego el gobierno de España, que pasó a ostentar en 1551 por delegación paterna.

Es más, su preparación que fue evidente en 1555, cuando enfrentó la amenaza francesa (venciendo en San Quintín) al tiempo que aplacaba los focos luteranos surgidos en territorio peninsular, en concreto en Sevilla y Valladolid. Su reinado, exento de la sombra de Carlos V, fallecido en 1558, había adquirido personalidad propia, y ésta no haría si no acentuarse cuando, en 1561, trasladó la Corte a Madrid.

Felipe II y El Escorial

Allí, tras poner en marcha la colosal obra del monasterio de El Escorial, construyó un entramado burocrático y administrativo que aún a día de hoy es motivo de admiración. Su carácter, dado a medir las consecuencias de las decisiones tras haberlas sopesado detenidamente, casaba a la perfección con la estructura de un edificio monumental como el del Imperio, ya que si se evitaban sacudidas en su base se aseguraba la consistencia del conjunto.

Retrato de Felipe II

Y el entramado era tan robusto que intervino en Francia, en 1565, a fin de evitar que el país vecino cayese en manos protestantes. El mismo año socorrió a Malta del asedio otomano. Desafíos superados que anunciaban tormentas, como las acaecidas en 1568. Entonces el Rey hubo de encarar el fallecimiento de su mujer y la pérdida de uno de sus hijos. Si esto fuera poco, los moriscos de la Alpujarra se rebelaron, iniciando una guerra que duraría 3 años y que presagiaba el enfrentamiento definitivo en el Mediterráneo.

Este tuvo lugar en 1571, cuando tras denodados esfuerzos Felipe II consiguió formar una Liga Santa que acabara con el status quo en las costas que bañaban el Sur de Europa y que, de una vez por todas, derribara el mito de la invencibilidad otomana. La gesta, digna de encomio a lo largo y ancho del continente, encumbró al hermano de Felipe, Juan de Austria.

Pero, como hemos visto, a la sobresaliente labor política del Monarca no la acompañó la buenaventura en el terreno familiar, y la relación entre ambos se vio enturbiada por las cuitas del ministro del Rey, Antonio Pérez contra el secretario de don Juan. Un episodio que, junto a otros, dio lugar a falsas habladurías acerca de Felipe II, tendenciosamente propagadas por su sempiterno adversario británico.

Legado de Felipe II

Sin embargo, ni siquiera las desgracias frenaron los planes expansivos de la Corona. De esta forma, en 1581, en las Cortes de Tomar, fue proclamado Rey de Portugal, venciéndose pocos años después a quienes se le resistían en las islas Azores. Aunque fue ese mar el que asistió a la última gran empresa de Felipe II, la de Inglaterra. La Gran Armada, destinada a frenar las pretensiones inglesas, no cayó derrotada -pese a la propaganda anglosajona- pero sí gravó el porvenir del Imperio con impuestos. Como resultado la vida del más trascendental de los reyes de España se fue apagando hasta extinguirse, definitivamente, en 1598. Su legado, no obstante, ha sorteado el paso de los siglos y aún pervive.



Bibliografía sobre el personaje