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La Historia con mayúscula es una aventura apasionante

La Historia con mayúscula es una aventura apasionante. Cierto es que los hay que viven felices revolcándose en su ignorancia. Un día descubrirán las historias que les ofrece su propio pasado y hasta se lo pasarán bien. Mientras tanto, les basta con repetir los mensajes que surgen de esos cantantes llenos de chatarra facial que a duras penas vocalizan dos o tres rimas por canción. Si se pasearan un rato por sus ancestros se toparían con apelativos que dejan en ridículo esos nombres tan “guay” que se gastan los voceras en cuestión.

Y es que nuestro país ha sido siempre amante de los alias, por muy importantes que fuesen las personas en cuestión. Hemos trasladado de los pueblos a la realeza esa costumbre tan castiza de bautizar con un alias o sobrenombre al vecino de turno. Los ejemplos son de primera división… Felipe I “el Hermoso”, que debía ser un guapo superlativo; Carlos II “el Hechizado”, que al parecer estaba algo así como “pasmao”; Alfonso X “el Sabio”, que debía saber un rato… o Pedro I “el Cruel”, para sus detractores pero, ojo, también conocido como “el justo” por sus partidarios.

El caso es que yo por circunstancias de la vida he transitado mucho por una calle cuyo nombre siempre me ha llamado la atención por el alias que se gasta. Me refiero a la muy madrileña calle de “Guzmán el Bueno”, que transita desde Chamberí hasta el distrito de Moncloa. Curiosamente, cuando era más infante y echaba un ojo a la placa, pensaba siempre que en algún momento dado debió haber un “Guzmán el Malo” y que había que diferenciarlos por absoluta justicia. Con el paso de los años al final es la mirada histórica la que te saca de dudas y es la que hoy quiero trasladarles.

Hay que trasladarse al siglo XIII y descubrir allí a un noble de nombre Alonso Pérez de Guzmán. Don Alonso era un noble leonés al que el rey Sancho IV encomendó la defensa de Tarifa, que estaba siendo asediada por los benimerines, un pequeño sultanato que ocupaba la parte norte de Marruecos.  Al parecer, al no conseguir rendir el castillo, el ejército moro secuestro al hijo de Guzmán y amenazó a su padre con degollarlo a las puertas de la fortaleza si no rendía la plaza.

Y de nuevo el gesto o la gesta, como lo quieran llamar. Según la leyenda, Guzmán lanzo un cuchillo desde su castillo para que mataran con él a su propio hijo antes que entregar la villa, no sin antes entonar unas palabras que incluso dieron forma a un romance: “Matadle con éste, si lo habéis determinado, que más quiero honra sin hijo, que hijo con mi honor manchado”. Tal demostración de lealtad hizo que el rey le concediera a Guzmán el señorío de Sanlúcar y el sobrenombre de “el Bueno”. Así de grande fue el gesto, que por cierto, luego se multiplicaría en otra gesta de España sin igual que tuvo lugar durante la Guerra Civil y que tiene por protagonistas al Alcázar de Toledo, a su defensor, el coronel Moscardó y a su hijo Luis. Pero aquella es otra historia que, no lo duden, deben descubrir si es que no la conocen.

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