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La Corona de Castilla surge de la unión de diferentes reinos y señoríos, todos los cuales tienen su origen en el Reino de Asturias, y de la expansión de la parte cristiana de la Península en detrimento de Al-Ándalus. Fue un proceso largo y laborioso pero lo que empezó siendo un pequeño reducto en la Cordillera Cantábrica, se convirtió en uno de los reinos más importantes en Europa. Después de la rápida conquista de la Península Ibérica por parte de los musulmanes, señal de la debilidad del reino visigodo de Toledo, se consiguió formar una resistencia en lo que ahora mismo es Asturias, dirigida por un jefe militar de origen oscuro llamado Pelayo. Este caudillo había conseguido ganar cierto prestigio después de un pequeño enfrentamiento con las tropas musulmanas en Covadonga en el año 718 o 722. Este suceso se ha convertido en la imaginación popular en el punto de arranque de la Reconquista, que terminaría con la toma de Granada en 1492. Tras este primer choque y gracias a la inestabilidad de los musulmanes, que estaban entonces asentando su dominio en lo que llamarían al-Ándalus, la región consiguió mantener su independencia, expandirse y convertirse en el Reino de Asturias, cuya primera capital fue Cangas de Onís. A este primer núcleo astur se unió la región cántabra gracias al matrimonio de la hija de Pelayo, Ermesinda, con el que sería Alfonso I el Católico (739-757). Los primeros reyes astures consiguieron extender su poder y con el rey Alfonso II el Casto (791-842), Asturias reclamó ser considerado heredero del desaparecido reino visigodo, para lo cual retomó elementos de éste como el ordenamiento judicial. Durante su reinado, la capitalidad pasó a Oviedo y se produjo el hallazgo de las reliquias del apóstol Santiago el Mayor en Galicia, lo cual fue visto como una señal del cielo que favorecía al bando cristiano.

Durante los reinados de Ordoño I (850-866) y Alfonso III el Magno (866-910), los astures realizaron una intensa actividad militar que les permitió expandir las fronteras del reino hasta la zona septentrional del Duero, y ocupar ciudades como Tuy, que permitía controlar el valle del Miño, y León y Astorga, las cuales abrían el camino para ocupar el valle del Duero. Además, Álava quedó en estos momentos bajo influencia astur. En estos nuevos territorios se asentaron repobladores dispuestos a defender el territorio de las incursiones musulmanas.

Dentro del nuevo territorio que iba pasando a manos cristianas se creó una marca fronteriza en el norte de Burgos dirigido por un conde. El primero fue Rodrigo, nombrado por Ordoño I y el cual también fue conde de Álava. Esta marca fronteriza se fue expandiendo hacia la ribera norte del Duero, y se organizó territorialmente con nuevas demarcaciones, incluyendo nuevos condados, y la construcción de numerosos castillos para defender la región, recibiendo por ello el nombre de Castilla.

A la muerte de Alfonso III el reino fue dividido entre sus hijos: Asturias para Fruela; Galicia, convertido en reino por unos escasos años, para Ordoño; y León para García. Éste trasladó la capital a la ciudad leonesa en 913, convirtiéndose el Reino de Asturias en Reino de León. La división, sin embargo, duró poco tiempo por los conflictos internos y con Alfonso IV el Monje (926-931) y Ramiro II el Grande (931-951) se reunificó de nuevo el territorio y se consiguió hacer frente a los ataques del califa Abderramán III, a quien Ramiro venció en la batalla de Simancas (932). Mientras esto ocurría en León, en Castilla fue nombrado conde Fernán González, quien consiguió unificar los diferentes condados bajo su gobierno e independizar el condado de León, para lo cual llegó a enfrentarse con el monarca leonés en 944. Esta independencia se consolidó durante el reinado de Ordoño III (951-956)

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El reino de León volvió a debilitarse en la segunda mitad del siglo X por la debilidad de los monarcas que se sucedieron este periodo y las luchas internas del reino. El califato omeya aprovechó la oportunidad para reforzar su autoridad y obligar a pedir un armisticio a los cristianos del norte, quienes llegaron a perder incluso algunos territorios en manos de los omeyas. Además, junto con a los ataques andalusíes también sufrieron en este periodo los asaltos de los vikingos en las costas asturiana y gallega. Sin embargo, el gran ataque contra los territorios cristianos se produjo al final del siglo X con las expediciones realizadas por Almanzor, hayib del califa Hishan II y, por tanto, la persona más poderosa e importante del califato después del monarca. El militar andalusí llegó a incendiar León y Zamora y a saquear Santiago de Compostela.

Esta situación adversa para el reino de León duró poco tiempo pues el califato omeya entró en una fuerte crisis después de la muerte de Almanzor en 1002 y que culminó con la desaparición del califato y la aparición de los primeros reinos de taifas. Los cristianos aprovecharon la situación para volver a recomponerse y recuperar el terreno y poderío perdidos, aunque el reino de León y el condado de Castilla se vieron muy afectados por las injerencias del entonces rey en Navarra Sancho III el Mayor, quien llegó a conseguir la fidelidad de los condes de Castilla. El navarro tuvo un hijo con la entonces condesa Muniadonna, Fernando Iel Magno (1035-1065). Éste recibió en herencia el condado castellano, y se casó con Sancha, hermana del entonces rey Bermudo III de León el Mozo (1017-1037). Fernando se enfrentó en batalla a Bermudo, quien murió durante el conflicto, y consiguió en 1038 ser nombrado rey de León y Galicia y darse el título de Imperator. Con él se instaló la dinastía Jimena en este reino, de la cual procedían los primeros reyes de Pamplona y Aragón. Algunos han querido ver en este reinado la primera unión entre León y Castilla, aunque se puede poner en duda ya que por entonces este último seguía siendo sólo un condado.

Fernando consiguió continuar con la expansión territorial del reino gracias a las luchas internas entre los reinos de taifas hasta su muerte en 1065. A modo de herencia dividió entre sus hijos el reino de León: a su primogénito Sancho II el Fuerte (1065-1072) le entregó Castilla pero convertido finalmente en reino propio; a Alfonso VI el Bravo (1065– 1109) le dio León; a García (1065-1071; 1072-1073), Galicia, convertido de nuevo en reino por un breve periodo de tiempo; y a sus hijas Urraca y Elvira les concedió las ciudades de Zamora y Toro respectivamente. Este reparto no satisfizo a los hermanos y Sancho y Alfonso arrebataron Galicia a su hermano. Más adelante Sancho se enfrentó tanto a los reyes Sancho IV de Navarra el Noble y Sancho Ramírez de Aragón y como a su hermano Alfonso. Atacó León y consiguió conquistar la ciudad con la ayuda de don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, mientras que Alfonso tuvo que refugiarse en Zamora, a la cual puso cerco Sancho. En estos momentos se produjo la unión política de los reinos de León y Castilla. Sin embargo, en 1072 Sancho falleció en el asedio, supuestamente asesinado por Vellido Dolfos, un noble leonés, y Alfonso VI se convirtió en rey de León y Castilla.

Con él, el reino entró en uno de sus momentos más importantes. Se llevó a cabo una europeización del territorio para adaptarlo a los demás territorios europeos, hecho que se mostró especialmente en el campo religioso al abandonarse en el rito litúrgico propio de la Península, el rito mozárabe, en favor del rito romano. Sin embargo, uno de los grandes hitos de su reinado fue el avance de la Reconquista con la conquista de la antigua capital del reino visigodo, Toledo, en 1085. Esto permitió la fijación definitiva del Tajo como frontera entre los territorios cristiano y musulmán. También se expandió a costa del reino de Navarra consiguiendo situar bajo la influencia castellana el señorío de Vizcaya. Durante su reinado destacó sin duda la figura del Cid Campeador, quien logró conquistar Valencia para el rey leonés pero que volvió a manos musulmanas tras su muerte, más en concreto a los almorávides. Éstos habían sido llamados por los reinos de taifas al verse en peligro y consiguieron derrotar a los cristianos en varias batallas, en una de las cuales murió el heredero de Alfonso

A la muerte de éste en 1109, subió al trono su hija Urraca la Temeraria (1109-1126), casada primero con Raimundo de Borgoña y después con el rey de Aragón Alfonso I el Batallador. Fue un reinado turbulento por las luchas internas, especialmente de parte de la nobleza del reino que rechazaba al monarca aragonés. Durante su gobierno se fue consolidando el condado de Portugal, creado por Alfonso VI para su hija Teresa en detrimento de Galicia.

Después Urraca, se convirtió en rey un hijo suyo tenido con Raimundo, Alfonso VII el Emperador (1126-1157), primer miembro de una nueva dinastía, la Casa de Borgoña. En 1135 fue proclamado Imperator totius Hispaniae (Emperador de toda Hispania) al conseguir el vasallaje de los demás señores cristianos de la Península, aunque era un título más protocolario que real. Pudo hacer frente a los almorávides con éxito y conquistó Almería, pero no la pudo conservar más que unos pocos años por la llegada de una nueva fuerza musulmana, los almohades. Bajo su reinado, Alfonso Henriques, hijo de su hermanastra, se convirtió en conde de Portugal en 1139 y consiguió que el papa reconociera a Portugal como un reino propio e independiente. El soberano leonés no pudo hacer otra cosa que aceptarlo oficialmente en 1143.

Cuando murió Alfonso VII en 1157 el reinó se volvió a dividir. Castilla quedó en manos de Sancho III el Deseado (1157-1158) y León con Galicia bajó el dominio de Fernando II (1157-1188). El primero, después de un breve reinado, fue sucedido por Alfonso VIII el de las Navas (1159-1214). Éste consolidó el reino de Castilla nuevamente; puso definitivamente bajo dominio castellano el señorío de Vizcaya y parte del territorio Guipúzcoa y Álava, aunque en este último caso hubo que esperar al siglo XIV para que se formalizara; y continuó con el proceso de expansión territorial hacia el sur. A nivel internacional, intensificó las relaciones con los otros reinos europeos, como indica su matrimonio con Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania y hermana de los reyes ingleses Ricardo Corazón de León y Juan sin Tierra. Además tuvo que hacer frente a los almohades, quienes derrotaron al monarca castellano en 1195 en la batalla de Alarcos.

Fernando II, por su parte, continuó con su política expansionista para evitar quedar encerrado por los portugueses y los castellanos e hizo frente también al peligro almohade. Tras su muerte en 1188 subió al trono Alfonso IX (1188-1230). Por este tiempo las relaciones entre León y Castilla eran muy tensas por las reclamaciones territoriales que hacían cada parte. Se intentó una conciliación con el matrimonio de Alfonso IX con la hija de Alfonso VIII de Castilla, Berenguela. Duró poco tiempo al ser declarado nulo a los pocos años pero consiguieron tener un hijo, Fernando.

Mientras ocurrían estas rencillas entre Castilla y León, los reinos cristianos decidieron hacer frente al peligro que suponían los almohades y con el beneplácito del papa Inocencio III, el rey castellano convocó una cruzada para hacer frente a los almohades. A ella se sumaron el propio Alfonso y los reyes Pedro II de Aragón el Católico y Sancho VII de Navarra el Fuerte, mientras que Alfonso IX de León decidió no sumarse por las enemistades con el monarca castellano. La batalla decisiva entre ambos ejércitos se produjo el 16 de julio de 1212 en las Navas de Tolosa. En ella tuvieron que intervenir incluso los propios monarcas cristianos y se saldó con una victoria cristiana clara.

Esto, sin embargo, no fue aprovechada en un primer momento por las tropas cristianas porque en 1214 moría Alfonso VIII y se abrió un periodo de fuerte inestabilidad interna ya que el joven heredero, Enrique I (1214-1217) murió tres años después que su padre. Su hermana Berenguela, que había estado casada con Alfonso IX, se convirtió en reina de Castilla, pero abdicó de inmediato en su hijo, Fernando III el Santo (1217-1252). Alfonso, mientras tanto, conquistió la actual Extremadura, y a la hora de su muerte en 1230, legó el reino de León a sus hijas Sancha y Dulce. En aquellos momentos Fernando III estaba empezando la conquista del valle del Guadalquivir, pero volvió al norte y, después de indemnizar a las dos reinas, consiguió ser proclamado rey de León. Con él se produjo la definitiva unión de los dos reinos, aunque la primacía la tuvo finalmente Castilla.

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El reino prosiguió su expansión territorial frente a los musulmanes, quienes vieron como perdían en la primera mitad del siglo XIII todo el valle del Guadalquivir a manos del rey Fernando con las conquistas de Córdoba (1236), Jaén (1246) y Sevilla (1248) y en la segunda mitad, Murcia. Para entonces, Aragón ya había terminado su actividad expansiva en la Península después de la firma del Tratado de Almizra en 1244, que fijaba con mayor precisión la frontera entre Castilla y Aragón. Sólo quedaba en el Península como último reducto el reino nazarí de Granada.

En los últimos siglos de la Edad Media, la Corona de Castilla continuó su evolución interna con momentos de expansión territorial a costa del reino de Granada, aunque sobreviviera hasta 1492, y de desarrollo económico, cultural, social y militar. Alfonso X el Sabio (1252-1284), por ser hijo de Beatriz de Suabia, nieta del emperador Federico I Barbarroja y prima del también emperador Federico II, quiso ser nombrado Rey de los Romanos, lo cual significaba ser el sucesor al trono del Sacro Imperio Romano Germánico en lo que se conoce como el fecho del Imperio. No tuvo éxito al ser elegido Rodolfo I de Habsburgo, quien convirtió a su familia en una de las más importantes del Imperio y cuyos descendientes ocuparon los tronos del Sacro Imperio y de diferentes territorios como España. El fecho del Imperio señaló la búsqueda de Castilla de hacerse un hueco en el escenario europeo e involucrarse en los importantes acontecimientos como la Guerra de los Cien Años o el Cisma de Occidente, en el que Castilla se decantó a favor del papa de Aviñón.

Sin embargo, también en los años siguientes a los reinados de Fernando III y Alfonso X se produjeron graves conflictos internos, entre los cuales destaca la guerra civil entre Pedro I el Justiciero (1350-1369) y su hermanastro Enrique II el de las Mercedes (1367-1379). Con él se instaló en el trono castellano la casa de los Trastámara, que se mantuvo en el poder en Castilla hasta 1555, cuando murió Juana I. Además, en 1412, un miembro de esta familia, Fernando de Antequera, se convirtió en rey de Aragón, de manera que los dos reinos más poderosos de la Península se encontraron bajo el dominio de una misma familia.

Así, fruto de la evolución de los diferentes reinos, condados y señoríos que fueron apareciendo en la Península conforme los cristianos del norte de la Península iban expandiéndose a costa de Al-Ándalus, se consiguió formar uno de los reinos más importantes de la Europa medieval. Cuando se produjo la unión con Aragón en los Reyes Católicos, Castilla se encontraba preparada para hacer frente a los nuevos retos que se le abrían a final del siglo XV como eran culminar un conflicto de casi ocho siglos, abrir Europa a un nuevo mundo y soportar en gran medida la carga de conseguir que los monarcas españoles mantuvieran sus extensos territorios frente a toda clase de amenazas.

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