A su muerte, producida mientras atacaba al rey de la taifa de Zaragoza, protegido por Fernando I de León y Castilla, subió al trono Sancho Ramírez (1063-1094), quien continuó con la actividad militar y logró conquistar, y mantener durante un año, Barbastro, con la ayuda de caballeros procedentes del otro lado de los Pirineos. El monarca aragonés se vio envuelto en la llamada guerra de los tres Sanchos al luchar en favor del rey navarro Sancho IV frente a Sancho II de Castilla. Sin embargo, al ser asesinado Sancho IV, se repartió con el monarca castellano el reino navarro, y se convirtió en rey de Aragón y Pamplona. No obstante, para garantizar la independencia de Aragón, había pedido ser vasallo de la Santa Sede en 1068. También continuó su actividad expansiva entrando en guerra contra la taifa de Zaragoza, pero al intentar tomar Huesca en 1094, falleció. Su hijo, Pedro I (1094-1104) continuó el legado de su padre y conquistó Huesca en 1096 y Barbastro en 1100, además de luchar con el Cid contra los almorávides en 1097.
Esta política militar frente a los andalusíes fue seguida por su hermano y sucesor Alfonso I el Batallador (1104-1134). En 1109 se casó con la reina Urraca de Castilla y se involucró activamente en la política castellana hasta que su matrimonio fue declarado nulo. A causa de esto, volvió a concentrarse en la expansión de Aragón con la conquista Zaragoza, ayudado por cruzados francos en 1118 y el inicio de la expansión por el valle del Ebro al tomar ciudades como Tudela, Tarazona, Borja, Calatayud y Daroca. También realizó incursiones dentro del territorio musulmán y llegar a Murcia, Granada y Córdoba (1125-1126). Su espíritu cruzado influyó en su deseo de legar su reino a las órdenes militares tras su muerte. Sin embargo, no fue respetado y el reino se dividió de nuevo. Los navarros escogieron como rey a García Ramírez y los aragoneses a Ramiro II el Monje (1134-1137). Éste tuvo una hija, Petronila, que dio en matrimonio al entonces conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. Fue un hecho de gran trascendencia pues con él se unían Aragón y los condados catalanes.
El origen de estos condados se encuentra también en los francos del siglo VIII. Estos controlaban la Septimania, una región situada al norte de los Pirineos y donde se habían asentado numerosos hispanos que había huido ante la llegada de las tropas musulmanas. Con la ayuda de éstos hispanos y de los propios habitantes peninsulares, los francos consiguieron penetrar en la Península y conquistar algunas regiones y ciudades como Gerona en 781 y Barcelona en 801. En este territorio crearon una serie de condados agrupados en la que sería conocida como la Marca Hispánica.
Estos condados estaban en manos de ciertas familias, pero el dirigente más destacado fue Wifredo I el Velloso (878-897), quien consiguió reunir varios condados como los de Urgel, Barcelona y Gerona. A su muerte en 897 los dividió entre sus hijos, aunque ya los condados estaban controlados por un mismo linaje. Éstos habían logrado cierta independencia gracias a la disgregación del Imperio carolingio, hecho que se afianzó con la muerte de Wifredo pues ya no era necesario una confirmación del emperador y el poder se trasmitía de padre a hijo, aunque hasta el año 1000 seguían acudiendo para ver confirmados sus privilegios.
Los condes se encargaron de la repoblación de la región, en parte con la presencia de los antiguos hispanos asentados al otro lado de los Pirineos, y con la ayuda de la Iglesia. Para el siglo X, Barcelona era ya una ciudad importante y con influencia en la región. No obstante, en este siglo se produjeron varios hechos de gran importancia. En 985 Almanzor atacó la región y saqueó la misma Barcelona. Dos años después, los condes de Barcelona se desvincularon formalmente del reino franco. Durante el gobierno de Ramón Borrell (992-1018) se unieron los condados de Barcelona, Gerona y Ausona y el propio conde participó en las luchas internas de Al-Ándalus. Su sucesor continuó la política expansionista, pero repartió sus territorios entre sus hijos hasta que su primogénito, Ramón Berenguer I el Viejo (1035-1076) los reunificó y logró que otros condes como los de de Ampurias y Cerdaña se convirtieran en sus vasallos. A pesar de estos éxitos, el conde tuvo que hacer frente a una revuelta de la nobleza de la región y cuando falleció se produjo una crisis interna importante. Había dejado establecido que sus hijos, Ramón Berenguer II Cabeza de Estopa (1076-1082) y Berenguer Ramón II el Fraticida (1076-1097), gobernaran juntos pero el segundo asesinó al primero en 1082. La nobleza se volcó con el hijo del primero, Ramón Berenguer III el Grande (1082-1131), quien derrocó a su tío y se hizo con el condado barcelonés.
El nuevo conde llevó adelante una importante actividad que consolidó definitivamente la hegemonía de Barcelona. Extendió sus dominios con la incorporación de condados como Cerdaña en 1118 y su autoridad al conseguir el vasallaje de los condes de Urgel, Ampurias y Roselló, entre otros, y el vizconde de Beziers, que controlaba Carcasona y Razés. Su matrimonio con Dulce de Provenza consolidó su dominio sobre la Provenza Marítima. Tampoco se dejaron de lado los conflictos con los musulmanes al frenar dos ataques de los almorávides a Barcelona, participar en el intento de frenar la piratería musulmana y afirmar el control cristiano sobre Tarragona. El hijo del conde, Ramón Berenguer IV el Santo (1131-1162) se encargó de consolidar la labor de su padre con el matrimonio con Petronila, hija de Ramiro II el Monje. Este enlace unió formal los condados catalanes con el reino de Aragón.
Para asegurar su nueva posición como consorte de la reina Petronila, negoció en varias ocasiones con el rey Alfonso VII el Emperador la conquista y reparto de Navarra, que no se realizó, y le rindió vasallaje a cambio de conservar del reino de Zaragoza. También tuvo que tratar con las órdenes militares, que habían conseguido grandes beneficios del testamento de su predecesor. En el terreno militar consiguió controlar nuevas zonas del valle del Ebro al conquistar en 1149 Fraga y Lérida y ayudó a Alfonso VII a tomar Tortosa. Ambos soberanos firmaron el importante tratado de Tudején en 1151 por el cual se repartieron la conquista de los territorios del Levante musulmán, con el cual se garantizaba que Valencia y parte de Murcia quedarían bajo dominio aragonés. Este tratado nos muestra los diferentes ritmos a los que avanzaba la Reconquista en la Península ya que mientras que en la parte occidental de la Península leoneses y castellanos habían llegado hasta el Tajo, en la parte oriental los aragoneses se encontraban todavía asegurando su dominio en el valle del Ebro.
En 1162 Ramón Berenguer murió y dos años después su esposa, y subió al trono su hijo Alfonso II el Casto (1164-1196). El nuevo rey centró sus intereses en la Provenza más que en la Península, en parte por la llegada de los almohades, aunque en 1179 firmó el tratado de Cazola con Alfonso VIII por el cual se cambiaron los términos establecidos en el tratado de Tudején, de manera que Murcia quedaría en manos de los castellanos. En 1166, Alfonso II recuperó el control de la Provenza y extendió su dominio hacia Occitania al conseguir el vasallaje de diferentes nobles.
La consolidación del dominio aragonés en Francia vino con su sucesor, Pedro II el Católico (1196-1213) gracias a su matrimonio con María de Montpellier. No obstante, esto no le impidió atender a lo que ocurría en la Península y ayudó a Alfonso VIII en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212 contra los almohades. El monarca aragonés tuvo un final trágico al morir en la batalla de Muret en 1213 frente a los cruzados de Simón de Monfort ya que tuvo que luchar al lado de los albigenses al ser sus vasallos. Esto suponía una ironía pues había ido a Roma para hacerse coronar por Inocencio III, el primero de los monarcas aragoneses en ser coronado formalmente, y renovar su vasallaje hacia la Santa Sede
Su temprana muerte dejó como heredero a su hijo, aún menor, Jaime I el Conquistador (1213-1276). En sus primeros años tuvo que hacer frente a una mala situación económica y a la aristocracia aragonesa rebelde, para lo cual tuvo que hacer importantes concesiones para apaciguarla. Una vez logrado, se encargó de continuar las luchas contra los musulmanes andalusíes. Por un lado, se centró en las islas Baleares, cuyos ataques piratas afectaban especialmente a los comerciantes barceloneses. En 1229 desembarcó en Mallorca y la conquistó ese mismo año; Menorca cayó a los dos años e Ibiza y Formentera, en 1235. A pesar de este éxito militar, la primera sólo quedó definitivamente bajo control aragonés en 1287.
Por otro lado, entre 1225 y 1245 atacó el reino de Valencia, que mostró una mayor resistencia que las Baleares. En esta campaña mostraron especial interés los nobles aragoneses, que querían expandir sus dominios, y los comerciantes barceloneses, al ver los beneficios que tenía el comercio en esta región. En 1238 el rey Jaime capturó Valencia y en 1245 terminó la conquista aragonesa al alcanzar el límite acordado con la Corona de Castilla en el tratado de Almizra en 1244. No obstante, entre 1265 y 1266 los aragoneses se internaron en Murcia para sofocar una revuelta mudéjar hasta que Alfonso X volvió a controlar la región en 1266. Una vez concluida la conquista, Valencia y Mallorca quedaron incorporados a la Corona de Aragón como reinos.
Los últimos años de Jaime I fueron muy conflictivos, y sus sucesores Pedro III, Alfonso III y Jaime II se vieron obligados a reconocer una serie de privilegios a la nobleza aragonesa. Además, en 1304 se firmó un nuevo tratado entre Castilla y Aragón, el tratado de Torrellas, por el cual Murcia quedaba definitivamente bajo dominio castellano, y Elche, Orihuela y Alicante, en manos de los aragoneses. La expansión territorial en la Península había terminado para Aragón, al igual que hacia el norte de los Pirineos después del Tratado de Corbeil, firmado en 1258 con el rey francés Luis IX el Santo. Sin embargo, había otro sitio hacia el que poder expandirse, el Mediterráneo.
En 1327 el rey Jaime murió y dividió su reino entre sus hijos Pedro III el Grande (1276-1285), que se quedó con Aragón, Valencia y Cataluña, y Jaime, quien consiguió el reino de Mallorca, además del Rosellón, Cerdaña y la varonía de Montpellier. El primero mostró su interés en Sicilia, en manos de Carlos de Anjou, hermano del rey de Francia, desde 1264. Pedro aprovechó el descontento del pueblo y lo alentó para que se sublevara en las conocidas Vísperas Sicilianas. El monarca de Aragón los ayudó y conquistó la isla. Esto provocó el ataque de franceses y el rey de Mallorca contra Cataluña, repelido por Pedro III en 1285, así como la excomunión por parte del papado, que estaba a favor de Carlos de Anjou. Este año, sin embargo, murió y, como había hecho su padre, dividió el reino entre sus hijos Alfonso III el Liberal, (1285-1291), que se quedó con todos los territorios peninsulares, y Jaime, que fue coronado rey de Sicilia.
El primero sometió militarmente el reino de Mallorca y conquistó definitivamente Menorca. A nivel internacional continuaban los enfrentamientos con los franceses y también con Roma. Tuvo un breve reinado de seis años y fue sucedido por su hermano Jaime II el Justo (1291-1327), con la condición de que dejara Sicilia a su hermano Federico. Jaime se negó pero tuvo que pactar en 1295 con Francia y con el papado, además de devolver Mallorca a su tío Jaime y Sicilia a su hermano Federico. Dentro de la Península, Jaime II conquistó el reino de Murcia pero no duró mucho tiempo bajo dominio aragonés. Tuvo mayor éxito en su última campaña militar realizada en la línea de afianzar la presencia de Aragón en el Mediterráneo, la conquista de Cerdeña, realizada entre 1324 y 1325.
Mientras esto ocurría en la parte occidental del Mediterráneo, en la parte oriental Aragón se hizo presente gracias a los almogávares. Éstos eran una gran hueste de mercenarios peninsulares que se habían puesto al servicio del emperador bizantino para hacer frente al avance turco. A pesar de su éxito fueron traicionados y decidieron vengarse entrando en la actual Grecia. Aquí conquistaron el ducado de Atenas en 1311 y en 1319 el ducado de Neopatria. Ambos territorios pasaron a manos de Pedro IV en 1380, quien no hizo nada para evitar su conquista en 1388 y 1391 respectivamente.
Cuando murió Jaime II subió al trono Alfonso IV el Benigno (1327-1336) después de la renuncia a la corona de su primogénito. Tuvo que hacer frente a una rebelión en Cerdeña y a las presiones de los estamentos privilegiados, problemas que heredó su sucesor Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387), cuyo un reinado fue especialmente conflictivo. Por un lado volvió a conquistar definitivamente para Aragón el reino de Mallorca, en manos de su cuñado Jaime III, e intentó terminar con la rebelión en Cerdeña, pero no pudo hacerlo porque en la Península tuvo que enfrentarse al rey de Castilla en la llamada Guerra de los dos Pedros. Esta guerra dejó muy debilitado el poder del rey frente a los estamentos privilegiados y al reino con una grave crisis económica por los esfuerzos realizados por el rey. También quiso que Sicilia volviera a estar bajo el dominio de los reyes aragoneses pero sin éxito.
Al morir Pedro le sucedió Juan I el Cazador (1387-1396), un monarca poco preparado para hacer frente a la crisis que atravesaba la Corona. Tras un breve reinado le sucedió su hermano Martín el Humano (1396-1410), quien tampoco pudo hacer frente a la situación, e incluso perdió a su heredero en Cerdeña cuando estaba tratando de sofocar las revueltas en la isla. Sin embargo, Martín logró finalmente que Sicilia quedara bajo el dominio de los reyes de Aragón.
A su muerte tuvo un lugar un interregno de dos años y fue necesario la reunión 9 compromisarios, 3 por cada uno de los reinos de la Corona de Aragón, en Caspe, para escoger entre siete pretendientes, entre los cuales destacaban Jaime de Urgel y Fernando de Antequera. Finalmente se firmó el Compromiso de Caspe por el cual se nombró rey a Fernando (1412-1416). Desde esta fecha empezaba el gobierno de la dinastía Trastámara en Aragón, la cual ya llevaba años reinando en Castilla.
La situación seguía siendo complicada dentro de la Península para los monarcas aragoneses, aunque fuera de ésta Alfonso V el Magnánimo (1416-1458) completó la conquista de Cerdeña y se hizo con el Reino de Nápoles en 1442 pero sin incorporarla a la Corona aragonesa. Su hermano, Juan II el Grande (1458-1479) tuvo que hacer frente a esta inestabilidad, e incluso a una guerra civil contra los catalanes, en la cual consiguió prevalecer en parte gracias al matrimonio de su hijo y heredero Fernando con la princesa castellana Isabel.
Como se ve, la Corona de Aragón es el fruto de una compleja historia de uniones y separaciones de diferentes condados y reinos hasta el siglo XV, con una inestabilidad que no se dio en la Corona de Castilla. Hay que esperar hasta el final de la Edad Media para encontrarla formada por todos los territorios que se unirían a Castilla con el enlace de los Reyes Católicos. Fue una Corona muy celosa por mantener sus características propias, incluyendo la manera de organizarse y regirse cada una de las regiones que la componían y que los monarcas españoles tenían que respetar bajo la amenaza de sublevaciones, como ocurrieron en la Edad Moderna. Además, su política internacional influyó en la que siguieron ambas Coronas, pues fruto del interés de Aragón en Italia se producirían las guerras contra Francia en esta península y el dominio español en diferentes regiones italianas durante dos siglos.
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