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El Reino de Navarra tuvo una historia durante la Edad Media azarosa pues pasó de ser uno de los reinos cristianos más poderosos a prácticamente desaparecer durante unas pocas décadas, y quedar encajonado entre Castilla y Aragón y sin la posibilidad de participar en la Reconquista. Sin embargo, ha sabido convertirse en uno de los protagonistas de la Edad Media peninsular y dejar su huella hasta la actualidad.

La región en la que se constituiría el reino quedó en manos de los musulmanes al igual que casi toda la Península. Estos consiguieron establecer su dominio sobre Pamplona y su región hacia el año 718. En estos primeros tiempos, Pamplona se convirtió en uno de los centros de apoyo para el intento de conquista de la Galia por parte de los musulmanes. Este intento fue frustrado por los francos en la batalla de Poitiers en el año 732. Décadas después, Carlomagno quiso hacerse con el norte peninsular y capturar Zaragoza pero sin éxito, por lo que tuvo que retirarse, no sin antes derruir las murallas de Pamplona y ser derrotado en los Pirineos en la que sería conocida como la batalla de Roncesvalles. La región navarra quedó durante los siguientes años bajo control musulmán aunque por entonces aparece la idea de crear un territorio cristiano en torno a Pamplona, aunque bajo la autoridad de Córdoba, y que tendría como gobernador a Enneco o Íñigo de Arista. Sin embargo, no fue aceptado ni dentro de la región ni por los francos de Carlomagno, quienes consiguieron establecer un efímero condado dirigido por Velasco hacia 812, que fue impuesto por Ludovico Pío, hijo de Carlomagno.

Sin embargo, Íñigo Arista consiguió expulsar a Velasco y recobró Pamplona. Para asegurar la expansión del reino, acogió a cristianos huidos de Al-Ándalus y estableció vínculos con los Banu Qasi, una familia de origen converso que controlaba en el valle del Ebro. Ambos evitaron una nueva entrada de los francos en la Península en una nueva batalla en Roncesvalles en 824 pero Íñigo no pudo dejar de estar bajo influencia andalusí al ser derrotado en 842.

Los navarros tuvieron importantes retos al principio en su intento de conseguir su independencia frente a Córdoba, lo que le costó ataques de castigo por parte de los andalusíes. En 851/852 murió Íñigo y le sucedió su hijo García I Íñiguez (851/852-882), quien en 859 fue capturado en un ataque vikingo a la región y rescatado previo pago. En 882 murió y se hizo con el poder su hijo Fortún Garcés el Monje (882-905), quien había estado prisionero en Córdoba durante veinte años. El monarca, sin embargo, no reunía las cualidades necesarias para hacer frente a los musulmanes y se decidió un cambio de monarca y en 905 cedió el gobierno a su yerno, Sancho Garcés I (905-925), muy vinculado al Reino de Asturias, al que reconocía su supremacía sobre Pamplona. Fortún, por su parte, se retiró a un monasterio, donde murió en 922. Con Sancho terminaba la antigua dinastía de los Íñiguez y se abría la dinastía Jimena y se considera que ya se puede hablar del reino de Pamplona propiamente dicho.

Esta nueva dinastía, la Jimena, se expandió hacia el Ebro y conquistó en un primer momento, temporalmente, Calahorra en 918 y Nájera en 923, que se convirtió temporalmente en la capital de un reino. Durante este siglo afianzó su alianza con Castilla y tuvo bajo su dominio el condado de Aragón al casarse el rey García Sánchez I (925-970) con Andregoto, hija del conde Galindo Aznar II. Durante estos primeros años el reino fue duramente atacado por los andalusíes, quienes no pudieron volver a reestablecer su control. Sin embargo, con Sancho II Abarca (970-994) el reino de Pamplona tuvo que reconocer la superioridad de Al-Ándalus debido a las campañas que estaba realizando Almanzor en los reinos cristianos. Éste incluso llegó a tomar Pamplona en 997 y sometió al nuevo rey García Sánchez el Temblón (997-1000).

Después de un interregno de 4 años, en el año 1004 subió al trono el hijo de García y que sería el gran rey de esta dinastía, Sancho III el Mayor (1004-1035), por su actividad tanto militar como política. Con respecto a lo primero, fortificó la frontera sur del reino frente a los musulmanes aprovechando el vacío de poder provocado por la muerte de Almanzor, y amplió sus territorios hacia el Pirineo central. En lo segundo, apoyó a su joven sobrino, con derechos al condado de Castilla, frente al rey leonés y, a la vez, extendió su influencia hacia este reino ya que el rey Vermudo III era menor de edad y su tutora era su hermana Urraca. Además, casó a dos hijas con herederos al trono de León. Con Sancho, el reino de Pamplona alcanzó su momento de mayor esplendor y extensión territorial pues había puesto bajo el dominio de Pamplona los actuales territorios vascos y de La Rioja. A su muerte dividió su reino y entregó al mayor, García Sánchez III (1035-1054), el extenso reino de Pamplona.
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El nuevo rey mantuvo una tensa relación con sus hermanos por los límites fronterizos aunque con su ayuda recuperó Calahorra en 1045. Esta difícil relación dio paso a la guerra contra su hermano Fernando I de Castilla y en la batalla de Atapuerca de 1054, el rey pamplonés murió. Fue sucedido por su hijo Sancho IV El de Peñalén (1054-1063), quien se vio involucrado en la Guerra de los tres Sanchos contra los reyes de Castilla de Aragón. Poco después murió asesinado en Peñalén por una conjura organizada por la nobleza y parientes del rey. Aunque tenía un hijo que lo podía suceder, García Sánchez, el reino fue repartido entre Alfonso VI de León y Castilla y Sancho Ramírez de Aragón, quien se convirtió en rey de Pamplona.

Desde este momento, el destino de ambos reinos quedó unido bajo la autoridad de los monarcas aragoneses hasta Alfonso I el Batallador. En su testamento había dispuesto que su reino pasara a manos de las órdenes militares pero no fue aceptado y los nobles de Pamplona escogieron un nuevo rey independiente de Aragón, García V el Restaurador (1134-1150), descendiente del Cid. Sin embargo, desde este momento los monarcas navarros tuvieron que hacer todo lo necesario para evitar que el territorio cayera en manos de uno de los dos reinos vecinos, pues había quedado encajonado entre Castilla y Aragón y sin posibilidad de expandirse hacia el sur. Para ello, García y su sucesor, Sancho VI el Sabio (1150-1194) rindieron homenaje a Alfonso VII de León y Castilla con el fin de evitar las pretensiones que aducía Aragón sobre el reino de Pamplona.

Al morir Alfonso y, poco después, Sancho III de Castilla, el monarca navarro aprovechó la situación y expandió sus dominios a costa de Castilla, tomando ciudades como Logroño, mientras Alfonso VIII era menor de edad. Con Sancho el reino de Pamplona pasó a denominarse formalmente como reino de Navarra. Una vez que éste alcanzó la edad adulta, Sancho tuvo que volver a enfrentarse a los castellanos, quienes buscaban recuperar los territorios perdidos. El conflicto llegó a tal punto que Alfonso VIII y Sancho VI recurrieron al entonces rey de Inglaterra Enrique II para que actuara de árbitro entre ambas partes. Éste decidió que cada uno debía devolver lo conquistado y que se volvieran a las antiguas fronteras, lo que dejaba a Navarra nuevamente empequeñecida y con salida el mar a través de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado. Sin embargo incluso estos territorios se perdieron durante el reinado de Sancho VII el Fuerte (1194-1234). Ambos reyes Sanchos participaron en expediciones contra el Levante peninsular aunque sin mucho éxito y también hacia el sur, siendo especialmente destacada la intervención de Sancho VII en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212.

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El rey Sancho no tuvo hijos legítimos y quiso legar el reino al monarca aragonés Jaime I el Conquistador, con quien había acordado que si uno de los dos moría sin herederos, el reino pasaría pacíficamente a manos del otro. Sin embargo, después de fallecer en 1234, los nobles navarros escogieron a un sobrino hijo de su hermana Blanca, Teobaldo, que era conde de Champaña (1234-1253), con quien comenzaba una nueva dinastía en Navarra, la Casa de Champaña. La razón de esta elección se encuentra en el temor de ser anexionados por los castellanos o por los aragoneses, el cual movió a los navarros a buscar un apoyo en sus vecinos del norte, los franceses.

La elección de este nuevo rey fue realizado con la condición de que el conde aceptara respetar el fuero de Navarra, algo que aceptó tanto él como sus sucesores. Con esto, Navarra quedó vinculada a Francia, donde preferían vivir los monarcas. Teobaldo I el Trovador se preocupó por dejar por escrito la legislación particular que se seguía dentro de Navarra. Fuera del reino, se puso al frente de la llamada cruzada de los barones de 1239 y participó en las luchas contra Inglaterra por la Gascuña.

A su muerte le sucedió su hijo Teobaldo II el Joven (1253-1270), quien heredó el espíritu cruzado de su padre y se unió a la expedición organizada por el rey Luis IX el Santo. Dentro de la Peninsula, tuvo que pactar con Aragón para defenderse de Castilla debido a la debilidad del reino. Le siguió en el trono su hermano Enrique I el Gordo (1270-1274), cuyo reinado fue muy breve. Al no tener ningún varón que pudiera sucederle, dejó la corona a su hija Juana, casada con el futuro rey de Francia Felipe IV [Felipe I de Navarra] el Hermoso, el cual se convirtió en rey de Navarra y con él. Eso no fue aceptado por las clases dirigentes del reino y se produjeron revueltas que fueron sofocadas duramente por el ejército francés en 1276.

Desde ese momento hasta 1328, los reyes de Francia fueron también reyes de Navarra: Luis X [Luis I] el Obstinado (1305-1316), Juan I el Póstumo (1316), Felipe V [Felipe II] el Largo (1316-1322) y Carlos IV [Carlos I] el Hermoso (1322-1328). Después de la muerte de éste, los navarros aclamaron como reina a la sobrina de Carlos, Juana II (1328-1349) y su marido Felipe III el Noble, (1328- 1343), con quien se inauguraba una nueva dinastía en Navarra, la dinastía de Évreux.

El nuevo monarca se interesó por lo que sucedía en la Península y participó en el ataque a Algeciras, donde murió. Su heredero, Carlos II el Malo (1349-1387), volvió su mirada a Francia e hizo que el reino se implicara en la Guerra de los Cien Años. No obstante, tampoco descuidó la política peninsular y casó a su heredero, Carlos III el Noble (1387-1425) con Leonor, hija de Enrique II de Castilla. Gracias a esto, Navarra volvió a interesarse en los asuntos peninsulares y el nuevo rey navarro casó a su hija Blanca con el heredero de Alfonso V de Aragón, el futuro Juan II, quien se convirtió en rey de Navarra en 1425 gracias al enlace e introducía por primera vez a los Trastámara en el trono navarro. Al morir su esposa en 1441 el trono le correspondía a su hijo Carlos, pero Juan no quiso renunciar a Navarra y estalló la guerra entre ambos hasta que el rey aragonés prevaleció. El gobierno de Juan II sobre Navarra hizo que dentro del reino estallaran numerosos conflictos por los intentos del aragonés de asegurar su dominio, aun a costa de Leonor, su hija, a quien había hecho proclamar sucesora en Navarra. En este conflicto tuvieron un papel muy importante los dos grandes bandos que había dentro del reino, los agramonteses y los beamonteses.

A la muerte de Juan II, pudo reinar Leonor I (1479), pero gobernó menos de un mes. A ésta le sucedió el nieto de ésta Francisco Febo (1479-1483), con quien comenzaba una nueva dinastía, la Casa de Foix. Después de un breve reinado, le sucedió hermana Catalina de Foix y su marido, Juan III (1483-1512), miembro de la Casa de Albret. Los soberanos navarros se inclinaron mucho hacia Francia, y cuando éstos quisieron casar a su primogénito Enrique, con una hija de Luis XII el rey Fernando conquistó el reino, aduciendo también su legitimidad por su segunda mujer, Germana de Foix, nieta de Leonor I y la siguiente en la línea de sucesión después de Catalina.

A partir de entonces, el reino de Navarra pasó integrarse en la Corona de Castilla, pero no en el reino. Esto es un matiz importante porque recuerda que Navarra continuó con sus propias leyes e instituciones, aunque tuviera los mismos reyes que Castilla y Aragón. Sin embargo, su destino quedó ligado al desarrollo del resto de España y aunque era un reino pequeño en comparación con los otros dos, sin embargo, supo mantener su importancia simbólica y sus señas de identidad propias a lo largo del tiempo.

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