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Italia

Mapa de Italia en el año 1600. Fuente

La anexión de diferentes regiones italianas supuso un gran esfuerzo para España por los numerosos enfrentamientos que tuvo con Francia hasta que pudo asegurar su dominio. Los territorios italianos quedaron en un primer momento bajo la tutela de Aragón hasta que en 1555 Felipe II creó el Consejo de Italia para que se encargara del gobierno de Milán, Nápoles, Sicilia y el Estado de los Reales Presidios, mientras que Cerdeña continuó perteneciendo a Aragón. El nuevo consejo estaba formado por seis consejeros llamados regentes, de los cuales tres eran españoles y tres, italianos, y dirigidos por un presidente. También había otros funcionaros al servicio del consejo, entre los que destacaba la figura del tesorero general. El Consejo actuaba como tribunal supremo de apelación y supervisor de la administración de los territorios italianos.

La hegemonía española en Italia fue prácticamente incontestable desde 1559 hasta 1620. Esto permitió que durante el siglo XVII se estableciera la pax hispanica al mantener a Italia al margen de los conflictos que asolaban otras partes de Europa. Eso no impidió el estallido de revueltas por la fiscalidad y los privilegios de la aristocracia.

La conquista de Nápoles tuvo un gran valor e importancia para España tanto por su valor económico como por su posición estratégica. Se encontraba casi en la frontera del mundo cristiano con el musulmán, pues los otomanos habían conquistado Grecia y los Balcanes. Antes de la anexión definitiva el reino había experimentado un periodo de expansión con la llegada al trono de Alfonso V. Llegaron nuevos habitantes y se construyeron y renovaron infraestructuras de la ciudad como el puerto, el arsenal y acueductos. Su creciente prosperidad trajo consigo un problema de sobrepoblación que se dejó notar en los siguientes siglos.

Nápoles

La plaza del mercado de Nápoles, Domenico Gargiulo, 1654. Fuente

Después de la anexión del sur de Italia, el reino estuvo bajo la autoridad de un virrey dependiente del monarca español y que gobernaba desde Nápoles. El más conocido fue Pedro de Toledo (1532-1553), quien renovó la estructura urbana y defensiva de Nápoles y facilitó la creación de alojamientos de tropas españolas en la zona actualmente conocida como quartieri spagnoli. Esto último se explica por la importancia defensiva que tuvo el reino en el Mediterráneo. Por otro lado, los virreyes quisieron introducir a las familias aristocráticas italianas en el gobierno como medida para controlar mejor el territorio. Esto se reflejó en los palacios que se construyeron en Nápoles. Además, la fuerte religiosidad de los siglos XVI y XVII propició la instalación en la ciudad de numerosas órdenes religiosas.

Nápoles, sin embargo, tenía graves problemas internos por las acentuadas diferencias sociales. Había una pequeña clase aristocrática, una también reducida clase social media que quería formar parte de la nobleza y un grueso de la población en las clases bajas, sobre las cuales recaía el peso de una recaudación fiscal cada vez más fuerte para hacer frente a las políticas exteriores de España. No es extraño que se produjeran cada cierto tiempo revueltas, como la que ocurrió en 1647, dirigida por Masaniello, una figura que se convirtió en imagen de la justicia popular.

El reino de Sicilia formaba parte de la Monarquía hispánica gracias a su incorporación voluntaria a la Corona de Aragón. Gracias a este hecho pudo mantener sus instituciones y sus privilegios, a diferencia de los demás territorios italianos que habían sido conquistados, aunque la dominación española dejó también su huella en la isla. Ésta era controlada por un virrey con amplios poderes aunque estaba asesorado por el Sacro Regio Consiglio, compuesto por los magistrados y burócratas más importantes del reino. Una compleja estructura se encargaba de dirigir la isla en la que se encontraban altos oficiales y tribunales, que incluían uno para los militares y uno de la Inquisición. Junto a ellos había un parlamento, equivalente a las cortes hispánicas, que se reunía cada tres años.

Milán

Mapa de Milán en 1573. Fuente

El ducado de Milán tuvo un papel muy importante dentro del Imperio. Se encontraba controlado por un gobernador que tenía que negociar con el senado de la ciudad para poder regir el ducado. Sin embargo, esto no impidió que Milán se convirtiera en un sitio clave al unir a España con sus dominios en el centro de Europa al ser la cabecera del Camino Español. Éste era la ruta que seguía los tercios españoles para llegar al centro y norte de Europa sin depender de las rutas marítimas del norte, que podían ser peligrosas tanto por las condiciones meteorológicas como por pasar cerca de los grandes enemigos del Imperio español en ese momento, Francia e Inglaterra.

El dominio sobre estos territorios no duró mucho tiempo pues España los perdió en el siglo XVIII. Después de la muerte de Carlos II todos los territorios italianos quedaron en manos del heredero del último rey Austria, Felipe V de Borbón. El cambio de dinastía no fue aceptado en la corte de Viena, que tenía su propio candidato, el archiduque Carlos, y estalló la Guerra de Sucesión entre 1700 y 1714. Sus consecuencias fueron desastrosas para la Monarquía hispánica.

En Nápoles ya existía un sentimiento en contra de la dominación española, que llevó a un primer intento de independencia en 1701, con la aprobación del emperador Leopoldo I. Este primer intento no tuvo éxito. Sin embargo, el desarrollo de la guerra permitió que el sur de Italia pasara a estar temporalmente bajo dominio austriaco, con el respaldo del papa Clemente XI, partidario del archiduque Carlos. Mientras tanto, en el norte las tropas austriacas invadieron el ducado de Milán y proclamaron al archiduque como su soberano.

Después de las firmas de las paces de Utrecht (1713) y Rastadt (1714), España perdió todos sus territorios en Italia en favor de otras potencias. Los Habsburgo consiguieron el ducado de Milán y los reinos de Nápoles y Cerdeña. El duque Víctor Amadeo II de Saboya recibió los territorios occidentales del ducado de Milán y el reino de Sicilia, con el cual se convirtió en rey.

Felipe V no se resignó a la pérdida de estos territorios, y más todavía cuando en 1716 nació su primer hijo con Isabel de Farnesio, el futuro Carlos III, para el cual la reina quería un territorio en Italia. En 1717 mandó una flota para conquistar Cerdeña  y, después de ocuparla, en 1718 partió otra expedición contra Sicilia. Esto no fue aceptado por las demás potencias europeas y Francia e Inglaterra derrotaron a los españoles al vencer a su armada en la batalla del cabo Passaro y dejar al ejército aislado en Sicilia. Felipe V tuvo que abandonar definitivamente Cerdeña y Sicilia, que cambiaron de manos, la primera pasó a los Saboya y la segunda, a los Habsburgo. Como medida para asegurar que respetara los términos de la paz de Utrecht, le ofrecieron compensaciones en Parma y Toscana. Sin embargo, por presiones de su esposa y de Giulio Alberoni, su favorito, continuó luchando, aunque sin ningún éxito, frente a la Cuádruple Alianza formada por el Sacro Imperio, Saboya-Piamonte, Francia e Inglaterra. Entre 1720 y 1724 se desarrolló el Congreso de Cambrai, que concluyó con la obligación de devolver los territorios que España había conquistado.

Sin embargo, esto no supuso el fin de las pretensiones de España sobre Italia. Después de la guerra angloespañola que se produjo entre 1727 y 1729, se firmó el tratado de Sevilla, en el cual, después de que Inglaterra consiguiera importantes beneficios, se logró que el infante Carlos pudiera obtener el ducado de Parma, Plasencia y Guastalla a la muerte del entonces duque Antonio Farnesio. El fallecimiento tuvo lugar en 1731 pero el emperador Carlos VI ocupó el ducado, lo que provocó el enfado de España y la amenaza de romper el tratado de Sevilla. Ésta no se cumplió porque el emperador cedió a las presiones internacionales y Carlos se convirtió en duque.

Su gobierno duró hasta 1735, cuando pasó a ser rey de Nápoles. En 1733 había muerto el rey de Polonia y estalló la guerra en Europa por el intento de las distintas potencias de poner a su candidato en el trono polaco. España se alió con Francia mediante el Primer Pacto de Familia en 1733 al ver que no tenía ninguna posibilidad de colocar a un candidato español. Gracias a ese pacto, pudo invadir y conquistar el reino de Nápoles. Aunque Carlos proclamó rey a su padre, Felipe V dejó el reino a aquel, quien se convirtió en rey de Nápoles desde 1734 hasta 1758.

Mientras tanto, el ducado de Parma siguió en manos españolas hasta 1738, cuando al finalizar la guerra de sucesión polaca se entregó a los Hasburgos. Este cambio sólo duró diez años y en 1748 volvió a estar bajo dominio español al convertirse en duque Felipe, hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio. Este dominio duró hasta 1801, cuando pasó a Napoleón Bonaparte.

A pesar de esta actividad española en Italia en el siglo XVIII, nunca volvieron a incorporarse territorios italianos a la Corona española, como habían estado antes con los Austrias. Después de varios siglos, había terminado la presencia de España en Italia.

Bibliografía

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