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El escudo de España recoge parte de la Historia de España, pero por sus propias características no puede mostrar con toda claridad la extensión que llegó a ocupar el Imperio español, fruto tanto de los enlaces matrimoniales, como de conquistas militares y reclamaciones por derechos familiares. Todo esto ha quedado recogido en un elemento que pasa desapercibido actualmente, y es en los títulos del rey de España.

Actualmente se prefiere emplear este último, pero la Constitución española recuerda que el monarca puede utilizar todos aquellos títulos tradicionales que han ostentado sus predecesores en el trono. En estos nombres podemos ver la evolución histórica del país y comprender cuáles fueron los territorios considerados más importantes que merecieron entrar a formar parte del selecto, aunque bien amplio, grupo de regiones con derecho a aparecer en la titulatura de los monarcas españoles. Por su amplitud, este tema lo trataremos en varios artículos, de manera que en éste nos centraremos en la Edad Media peninsular.

La importancia de la Reconquista

El núcleo principal de los títulos reales españolas lo componen todos aquellos que tienen que ver con la época de la Reconquista, tanto por la formación de los núcleos cristianos en el norte peninsular como por su expansión hacia el sur, de manera que se pueden clasificar de esta manera.

Los reinos cristianos del norte

Mapa de Castilla, Aragón y Navarra

En este apartado se engloban los principales núcleos: reinos de Castilla, de León, de Aragón, de Navarra y de Galicia; condados de Barcelona, del Rosellón y de la Cerdaña; y señorío de Vizcaya.

En la región de la Cordillera Cantábrica encontramos el núcleo cristiano que formó el reino de Asturias gracias a que los cristianos de este lugar mantuvieron su independencia bajo el gobierno de don Pelayo, considerado el primer rey astur, a los pocos años de la llegada de los musulmanes. Sin embargo, a pesar de la importancia histórica y simbólica de este reino al haber sido el primero en aparecer tras la caída del reino visigodo de Toledo, su existencia no ha quedado recogida en los títulos de los reyes de España (aunque sí en el de los príncipes herederos de la Corona de Castilla primero, y de España después).

Esto se puede entender porque se considera englobado dentro del reino que lo sucedió y lo asumió, el reino de León. Este reino apareció ya en el primer cuarto del siglo X, fruto de la expansión cristiana hacia el sur y, por tanto, de la necesidad de trasladar la capital a un sitio más próximo a la frontera y con mejores comunicaciones. Este reino se convirtió en uno de los territorios cristianos más importantes de la Península Ibérica durante los siguientes tres siglos; y de él surgieron otros dos reinos que por su importancia merecieron tener su hueco en la titulatura real.

Por un lado encontramos a Castilla. Lo que empezó siendo un condado vasallo del rey de León en el siglo IX, dio el salto para instituirse en reino independiente dos siglos después, y convertirse en uno de los grandes impulsores de la expansión cristiana hacia el sur y rival de su vecino reino de León. Las relaciones entre ambos territorios, marcadas por la rivalidad y los momentos de unión dinástica, terminaron con la conversión de una única Corona en el siglo XIII, en el cual Castilla quedó como el reino principal y ocupando el puesto de honor en la titulatura real, aunque a continuación y de manera indisoluble siempre aparece León.

Esta Corona castellana agrupó un importante señorío en lo que hoy es el País Vasco, el señorío de Vizcaya. Fue un territorio que mantuvo cierta independencia desde su fundación en el siglo XI, aunque estaba vínculado con los reyes de Castilla.

Por otro lado aparece el efímero reino de Galicia. Aunque apareció como reino propio en el siglo X, su vinculación con León hizo que pasara por momentos de sumisión y de independencia. Su existencia terminó en el siglo siguiente, cuando Galicia quedó definitivamente dentro del reino de León, aunque sobrevivió como título del rey leonés.

Mientras tanto, en la parte de los Pirineos en su vertiente sur aparecieron tres núcleos cristianos que tuvieron un protagonismo fundamental durante la Edad Media. El que quedó como el principal fue un condado que surgió a principios del siglo IX, Aragón. Este territorio quedó bajo el vasallaje de los reyes de Pamplona hasta que en el siglo XI consiguió su independencia y constituirse en reino propio. A partir de entonces empezó una progresiva expansión hacia el sur y el este peninsular hasta convertirse en una Corona capaz de competir con Castilla.

Otro núcleo fundamental apareció en el siglo IX y se trata del reino de Pamplona, uno de los reinos más importantes en los primeros momentos de la Reconquista y que llegó a convertirse en el principal frente a sus vecinos cristianos. Este reino se transformó en el siglo XII en el reino de Navarra, quien consiguió mantener su independencia frente a Castilla, Aragón y Francia, aunque cayera bajo la órbita de esta última entre los siglos XIII y XVI, cuando fue incorporado a Castilla definitivamente.

El tercer territorio cristiano apareció gracias a la conquista franca y carolingia de territorios al sur de los Pirineos para formar lo que en un primer momento se conoció como la Marca Hispánica. A partir de ésta aparecieron varios condados conocidos como los Condados catalanes, de entre los cuales el que terminó por sobresalir fue el condado de Barcelona, que mantuvo su territorio intacto y fue capaz de expandirse en detrimento de sus vecinos hasta convertirse en el principal. Esta supremacía le permitió emparentar con los reyes de Aragón en el siglo XII.  

En el territorio al norte de los Pirineos encontramos dos condados que provocaron numerosos conflictos entre España y Francia por su control. Se trata del Rosellón y la Cerdaña, los cuales surgieron tras la conquista franca de la región entre finales del siglo VIII y principios del siglo IX.

El avance cristiano hacia el sur

Primeros reinos de taifas

Todos estos núcleos cristianos del norte eran vecinos del nuevo estado que surgió con la conquista musulmana iniciada en el año 711, Al-Ándalus. Durante los siglos en los que existió, tanto el emirato como el califato omeya de Córdoba fueron el reino más importante de la Península tanto por su extensión como por su capacidad política, militar, económica y cultural. Es verdad que los reinos del norte consiguieron ir conquistando algunos territorios pero se trataba de zonas que no resultaban tan importantes para los soberanos andalusíes como para que mostraran una excesiva preocupación por recuperarlos o mantenerlos a toda costa, aunque los conflictos entre ambas partes eran frecuentes.

Sin embargo, tras la caída de los califas omeyas a principios del siglo XI, Al-Ándalus se dividió en un primer momento en un conjunto de reinos de taifas independientes entre sí, lo cual favoreció la Reconquista, la expansión cristiana al sur. Estos territorios quedaron recogidos en diferentes títulos que muestran la importancia que le concedieron los reyes cristianos a determinadas ciudades y reinos: reinos de Granada, de Toledo, de Valencia, de Mallorca, de Menorca, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, de Los Algarves, de Algeciras y de Gibraltar; y señorío de Molina.

Para entender esta incorporación hay que insistir en lo que hemos mencionado anteriormente sobre los reinos de taifas. Cuando se produjo la Fitna a principios del siglo XI, es decir, la disolución del Califato de Córdoba, en Al-Ándalus fueron apareciendo reinos independientes entre sí o taifas que competían por tener la supremacía con respecto a sus vecinos. Hubo dos intentos de volver a reunir esos territorios bajo un único gobierno con la llegada primero de los almorávides y, después, los almohades, pero no se consiguió recuperar la situación previa.

La primera gran capital de reino de taifa en caer en manos cristianas y uno de los más simbólicos para el mundo cristiano peninsular fue Toledo, la antigua capital del Reino visigodo en el siglo XI. Tal fue la importancia que tuvo esta conquista que mereció entrar a formar parte de los títulos de los reyes leoneses, convirtiéndose a su vez en la primera vez que se incorporaba a la titulatura cristiana un antiguo territorio andalusí.

A continuación tenemos que irnos al siglo XIII con las conquistas de buena parte del sur peninsular. En esta fase vemos en un primer momento cómo gracias a las campañas promovidas por Fernando III el Santo pasan a Castilla las importantes localidades de Córdoba, la antigua capital Omeya; Sevilla, que había adquirido una gran importancia durante la época de los reinos de taifas; y Jaén, capital de la taifa que controlaba el acceso al Valle del Guadalquivir. Mientras se producía estas incorporaciones de tierras andaluzas, también se produjo a la par la conquista de la taifa de Murcia con el que sería Alfonso X el Sabio, la cual puso un freno a las aspiraciones expansionistas de Aragón hacia el sur.

Ese monarca mantuvo una disputa con el rey de Portugal por la posesión del Algarve y usar el título de rey de este lugar. Al final Alfonso lo retuvo pero por haberse apoderado de la taifa de Niebla, cuyos territorios llegaban al este del Guadiana.

Tras estas campañas se inaugura el último periodo de la Reconquista con las guerras entre Castilla y Granada, las cuales marcaron los últimos siglos de la Edad Media española. La primera incorporación a Castilla fue el reino de Algeciras, el cual había sido dado por los reyes nazaríes a los meriníes para que los ayudaran a defenderse de los cristianos. Alfonso XI pudo conquistarlo en 1344 pero volvió a pasar temporalmente a manos granadinas. El territorio no quedó definitivamente bajo dominio castellano hasta 1462, cuando se consiguió conquistar Gibraltar.

De las guerras entre ambos reinos, la más importante y trascendental fue la última, la Guerra de Granada entre 1482 y 1492. Este conflicto puso fin a ocho siglos de dominio musulmán en la Península con la captura de su último reino. Si habían sido importantes las demás conquistas, ésta lo fue mucho más por su simbolismo, por lo cual los Reyes Católicos lo incorporaron a su titulatura real y le dieron un puesto de honor al estar por delante de Toledo.

Hasta ahora hemos visto las incorporaciones realizadas por León y Castilla, ahora vemos lo que sucedía en Aragón. Las principales conquistas fueron obra de Jaime I el Conquistador. El monarca se encargó de conquistar tanto Mallorca en 1231 y Valencia en 1238. Ambos se instituyeron como reinos propios dentro de la Corona de Aragón, e incluso el primero pudo mantener su independencia con respecto a los reyes aragoneses al contar con los suyos propios hasta Jaime III el Temerario. La isla de Menorca tardó en ser conquistada, ya que no se produjo hasta 1287, e incluso durante un tiempo estuvo dentro del reino de Mallorca.

Dentro de estas conquistas territoriales apareció un señorío, el de Molina, un territorio situado entre Castilla y Aragón que apareció en 1138 y consiguió mantener su independencia durante un siglo y medio. El señorío pasó a los reyes de Castilla por medio de la reina María de Molina, que heredó el territorio, aunque durante un tiempo quedó en manos de la Corona de Aragón.

La incorporación de los títulos a los reyes de España

La reina Juana I

Una vez visto este resumen la pregunta que surge es ¿por qué los reyes de España han heredado esta parte de sus títulos? La responsable en última instancia es Juana I de Castilla como hija de los  Reyes Católicos. Cada uno de sus padres se convirtió en el receptor de los títulos correspondientes a las Coronas de Castilla y Aragón y al Reino de Navarra.

Isabel la Católica era reina de Castilla y León gracias a tres reyes: a García I, primer rey de León en 910; a Sancho II, el primero de Castilla en 1065; y a Fernando III el Santo, quien, como hijo de Alfonso IX de León y Berenguela de Castilla, unió ambos reinos definitivamente en 1230. Era reina de Galicia porque Alfonso VI de León fue el último monarca de esta región y el que se encargó de someterlo definitivamente a la monarquía leonesa en 1072.  Era señora de Vizcaya porque este territorio había sido heredado por su bisabuelo Juan I de Castilla en 1370; y de Molina al haber heredado el señorío la reina María de Molina y, por ella, Sancho IV en 1293. Finalmente, era reina de Toledo gracias a Alfonso VI; de Sevilla, Córdoba y Jaén por Fernando III; de Murcia y Los Algarves por Alfonso X; de Algeciras por Alfonso XI; y de Gibraltar por su hermanastro Enrique IV. Ella se encargó junto a su marido de incorporar en 1492 el título de reyes de Granada.

Fernando el Católico era rey de Aragón gracias a Ramiro I, quien convirtió el condado aragonés en un reino independiente en 1035. Era rey de Valencia y Mallorca por Jaime I el Conquistador y de Menorca por Alfonso III. Era conde de Barcelona gracias al matrimonio de Ramón Berenguer IV con Petronila en 1150; del Rosellón y de la Cerdaña con Pedro IV, al ser quien finalmente los unió a la Corona de Aragón en 1344. Además, él fue el encargado de conquistar el reino de Navarra y unirlo a la titulatura real en 1512.

Así, Juana I de Castilla se encargó de heredar todos esos títulos y de transmitirlos a su hijo Carlos V y los sucesores de éste.

Conclusión

Lo que a primera vista parece que no es más que una sucesión de nombres de lugares, si se mira con detenimiento y se estudia cada título, tanto su origen como la manera en la que se incorporó  la titulatura regia española, nos encontramos con un resumen de la Historia de España, aunque en este caso sea de la etapa que se conoce con el nombre de Reconquista. Esta unión de títulos nos recuerda cómo gracias a las conquistas, los enlaces matrimoniales y las herencias se ha ido formando lo que nosotros conocemos actualmente como España en un proceso que se ha requerido el paso de siglos.

Para saber más

Títulos del rey de España: https://casarealdeespana.es/2016/01/27/titulos-del-rey-de-espana/

Historia medieval de España:

-> https://www.profesorfrancisco.es/2013/07/la-edad-media-en-espana.html

-> https://www.profesorfrancisco.es/2019/02/la-reconquista.html