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Una de las instituciones más interesantes de la España de la Edad Moderna es las cofradías religiosas, especialmente las de Semana Santa. Al ser un tema tan amplio, daremos unas breves pinceladas sobre este mundo tan conocido como desconocido.

Una cofradía o hermandad era, y es, una agrupación de devotos con una misma inclinación espiritual que tenía colo fin rendir culto a Dios, Cristo, la Virgen María o algún santo. Por eso aparecieron diferentes tipos de hermandades, entre las cuales destacan las pasionistas, es decir, aquellas que mostraban su devoción hacia algún episodio de la Pasión de Cristo y los Dolores de María.

También se preocupaban por asistir a los hermanos inscritos en momentos de necesidad, principalmente en caso de enfermedad, ya que había hermandades que tenían su propio hospital, y de muerte. En este aspecto, las cofradías garantizaban que los hermanos fallecidos recibieran la debida sepultura y los sufragios por su eterno descanso.

Las hermandades de Semana Santa tienen su origen en la Baja Edad Media, cuando aparecen con fuerza las representaciones dramáticas de la Pasión de Cristo fuera de la liturgia, crece la devoción a la Humanidad de Cristo, aparecen rezos centrados en la Pasión como el Vía Crucis y se desarrollan prácticas penitenciales públicas, especialmente la autoflagelación. Pero es en la Edad Moderna cuando las cofradías se desarrollan y adquieren las características que mantuvieron durante siglos.

Las cofradías solían tener una estructura muy parecida. Al frente se encontraba un hermano mayor y un mayordomo, encargados de la dirección de la hermandad y elegidos por el cabildo de hermanos. A estos de sumaban otros cargos menores y el director espiritual. Toda esta estructura aparecía recogida en unas reglas, en las cuales también se indicaban los actos principales de culto, incluyendo el más significativo, la procesión de Semana Santa, que solían hacerse primero el Jueves o el Viernes Santo aunque terminaron por extenderse al Sábado de Gloria y a los demás días de la Semana.

Antes de la procesión se buscaba que todos los hermanos se confesaran y comulgaran. A continuación, desde su sede canónica salía el cortejo procesional para recorrer las calles cercanas y visitar diferentes iglesias en las cuales hacer estación de penitencia. Al principio iba una cruz llevada por uno de los hermanos y escoltada con luces. A continuación venían los hermanos de la cofradía realizando su acto penitencial. Al final, o en medio, se situaba la imagen titular de esa cofradía, llevada en un primer momento en unas andas sencillas. Este cortejo se fue haciendo más complejo con el paso del tiempo.

Estas asociaciones religiosas contaban, al principio, con el visto bueno del clero, pues contribuían a la cristianización de la ciudad mediante prácticas piadosas y penitenciales y el culto a las imágenes, elementos enfatizados especialmente tras la celebración del concilio de Trento.

Sin embargo, aparecieron tensiones entre cofradías y el alto clero, pues, aquellas, al ser agrupaciones religiosas, debían quedar bajo la autoridad eclesiástica, la cual debía dar su aprobación y velar por la integridad de la doctrina católica y la moralidad. Al principio las cofradías consiguieron evadir la necesidad de confirmación episcopal en las primeras décadas del siglo XVI, pero Trento reafirmó la jurisdicción de los obispos, lo cual significó que las cofradías tenían que estar sujetas al ordinario del lugar. Esta situación produjo numerosos enfrentamientos y llevó incluso a la suspensión de las estaciones de penitencia de cofradías.

A pesar de estos desencuentros entre mundo cofrade y clero, el primero contaba con el importante apoyo del clero regular. Las órdenes religiosas, especialmente las mendicantes, se interesaron por la Semana Santa ya que permitía catequizar a los fieles y difundir su espiritualidad. Los franciscanos, marcados por san Francisco y su amor a la Pasión de Cristo, se centraron en la devoción a la Vera Cruz. Los trinitarios y los mercedarios se volcaron en la Cristo cautivo al estar encargados de redimir prisioneros en manos musulmanas. Los servitas, sobre todo los terciarios, mostraron su gran amor y devoción a la Virgen de los Dolores, pues la orden se había fundado en su honor. Los carmelitas de la antigua observancia sentían especial predilección por el Entierro de Cristo y la Soledad de María, un recuerdo de que su liturgia propia se basaba en la que se seguía en la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén. Sus hermanos descalzos, por su parte, y gracias a la influencia de sus santos como san Juan de la Cruz, encontraron su gran devoción en la imagen de Jesús Nazareno, es decir, Jesús cargando con la cruz camino del Calvario.

Los disciplinantes (Francisco de Goya)

Los franciscanos fueron los que más influyeron en las primeras décadas de la Edad Moderna por inculcar, como se ha dicho, la devoción a la Cruz de Cristo. Esto favoreció, junto a la aprobación papal, la aparición del primer tipo de cofradías de Semana Santa, las de la Vera Cruz. Éstas se caracterizaban porque en el cortejo llevaban hermanos flagelantes, que durante todo el camino se iban disciplinando públicamente hasta que la sangre manchaba la calle y sus hábitos blancos. En el cortejo solía ir un crucifijo de pequeño tamaño, pues en estos primeros momentos las imágenes no tenían gran importancia. Además, los penitentes eran aconpañados por hermanos llevando cirios para alumbrar el camino.

Con el tiempo aparecieron otras cofradías que procesionaban otros misterios de la Pasión de Cristo pero incluían también hermanos disciplinantes. Sin embargo, a esta forma de penitencia le surgió un rival gracias a la influencia, sobre todo, de los carmelitas descalzos. Con ellos aparecen los penitentes cargando con la cruz a cuestas acompañando a la imagen de Jesús Nazareno. Esta forma de penitencia gustó tanto que terminó por sustituir con el tiempo a los flagelantes. Además, con estos cambios de espiritualidad también cobró una mayor importancia la imagen procesional, acercándose a lo que conocemos actualmente.

En el siglo XVII el mundo cofrade experimenta una nueva renovación barroca con una nueva forma de procesión que representaba el Entierro de Cristo. Aquí aparecen representaciones alegóricas y el cortejo incluye gente representando desde los apóstoles hasta virtudes, romanos, chías, etc. e incluso se introduce música. En este tipo de procesión la imagen ya es la gran protagonista y ya es vestida para la ocasión para darle el mayor realismo posible, e incluso se le ponen elementos como pelo natural.

Todo este desarrollo cofrade cambió de rumbo en el siglo XVIII con la llegada de los ilustrados de la mano de los Borbones y la nueva sensibilidad que se introdujo. Hacía tiempo que se quería poner freno a ciertos abusos que se habían introducido en el mundo cofrade como los quebrantamientos del ayuno y la abstinencia en Semana Santa, y había elementos que se consideraban inapropiados para un cortejo como los propios flagelantes. Esto último se consiguió y al terminar este siglo el penitente que se asentó era el que llevaba la cruz a cuestas.

También se intentó dirigir la devoción popular hacia unas pocas cofradías, especialmente las del Santo Entierro, que en el siglo XIX se convirtieron en las procesiones oficiales de la Semana Santa, e incluso las únicas que se podían hacer. Este siglo fue especialmente dramático para el mundo cofrade porque las continuas desamortizaciones y los cambios políticos provocaron la pérdida de numeroso patrimonio e incluso la desaparición de cofradías seculares.

Sin embargo, estas agrupaciones han conseguido sobrevivir al paso de los siglos y a toda clase de crisis internas y externas. Han sabido adaptarse sin perder sus esencia y señas de identidad para convertirse en una de las peculiaridades de España que más llaman la atención a nivel internacional.

Para saber más

La Semana Santa en Andalucía: http://www2.ual.es/ideimand/semana-santa-en-andalucia/

López-Guadaluoe Muñoz M. L. y J. J., «Historia viva de la Semana Santa de Granada. Arte y devoción».

También es recomendable la visita a las páginas oficiales de las federaciones de hermandades y cofradías de diferentes localidades de España.