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Pio V llegó al mundo en el seno de una familia escasamente pudiente de labradores de Alessandria (en el Norte de Italia). Sin embargo, Antonio Ghislieri supuso un antes y un después para la Iglesia Católica. Su Pontificado, de apenas seis años, marcó una cesura respecto a sus predecesores renacentistas.

Los primeros años de formación de Pío V

Desde muy joven se orientó sobre unos principios sólidos: reformismo, ascetismo y gran celo respecto a las amenazas que atenazaban el futuro de la Iglesia. Que ingresara a los 14 años en la Orden de Predicadores (comúnmente conocidos como Dominicos) remarcó esta tendencia.

Sus postreros estudios en Bolonia y las casi dos décadas en las que fue Lector de Filosofía y Teología en Pavía, le granjearon enemistades pero, a la par, le hicieron valedor de una fama de hombre austero e íntegro que le acompañaría el resto de sus días.

Llamada a Roma de Pío V por el Papa Julio III

Era cuestión de tiempo que el epicentro del catolicismo se fijara en él. Así, en 1551, fue llamado a Roma por el Papa Julio III, quien lo nombró Comisario General del Santo Oficio. Durante un quinquenio veló con denuedo por la pureza de la fe y por su adecuada transmisión.

Pero su ascenso sólo acababa de iniciarse, siendo designado obispo en 1556 y cardenal el año siguiente. No obstante, fue su labor en la población de Mondovi, situada en el Piamonte italiano, la que terminó por catapultarlo. Allí contribuyó a la mejora de las condiciones de vida de sus gentes. También llevó a cabo una labor evangelizadora tan sobresaliente como para que el Cónclave de 1566 le eligiera Sumo Pontífice.

El Cónclave elige a Pío V

El nuevo Papa no contaba tras de sí con una fortuna familiar que lo avalase. Carente de un apellido de renombre, su pontificado habría de sustentarse en mimbres alejados de la imagen tradicional de un príncipe italiano sujetando las llaves de San Pedro. Representación que -por otro lado- tanto desgaste supuso para el catolicismo en el siglo XVI.

De este modo, las obras, el compromiso y la ejemplaridad serían los sellos que imprimiría en la Historia. A fin de cuentas, el horizonte lo situó en proseguir y profundizar la Contrarreforma tridentina. Para ello, potenció la formación del clero, sobresaliendo en este sentido la publicación del Catecismo Romano y la revalorización del pensamiento de Santo Tomás de Aquino.

En cuanto a instituciones de nuevo cuño que dieran soporte a este programa de actuación, puso las bases de la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe. Todo, encaminado a corregir la inmoralidad y la codicia que minaban la cristiandad. Ésta, además, afrontaba otras amenazas, de índole herético, a las que Pío V tampoco dio las espaldas.

Lepanto y fallecimiento

Implicándose en cuestiones seculares, como la pugna entre Catalina de Medicis y los hugonotes o las rebeliones que afrontaba Felipe II en Flandes, el Papa se erigió en un puntal para el catolicismo. Fue consecuente con ello cuando amparó la formación de una Liga Santa para combatir a los otomanos en el Mediterráneo.

La empresa no se preveía sencilla, dado que habría de acordarse entre estados que desconfiaban los unos de los otros. Sin embargo, su papel como principal instigador dio sus frutos. Además de aportar 12 galeras, 3000 soldados y 270 jinetes a la expedición que dio cumplida cuenta de la armada del Sultán en Lepanto, en 1571, solidificó una alianza que se resquebrajaría tras su fallecimiento, un año después.

Para entonces, ya consagrado el 7 de octubre como el día de Nuestra Señora de la Victoria, las divergencias temporales volvían a dejar de lado la unión en torno a una casa común. Pío V no llegó a ver cómo se orillaba su proyecto, cómo se reorientaba la orientación que imprimió al cristianismo. Con todo, y pese a lo inconcluso del envite, su labor y su ejemplaridad seguirían siendo respetadas en el recuerdo.