Nacido en la localidad Guipuzcoana de Pasajes, en 1689, la vida de Blas de Lezo, el héroe de España, estuvo, desde la más tierna infancia, marcada por su pertenencia a una familia de raigambre nobiliaria. Sobre todo, estrechamente unida al mar. Al ser el tercero de sus hermanos optó por seguir con la tradición familiar y acceder a la carrera marítima.
Extremadamente precoz, con apenas 12 años se enroló en la armada francesa. El maridaje que existía entonces entre España y Francia ante el enemigo común inglés propiciaba este tipo de intercambios. Estos permitieron al joven hacerse a la mar e iniciar un periplo que lo llevó a enfrentar innumerables veces al antagonista anglosajón.
Sus primeros pasos
Los primeros pasos de su meteórica carrera los dio durante la Guerra de Sucesión. Este conflicto, que enfrentaba a los Habsburgo y a los Borbones en sus pretensiones por ocupar el trono en España, implicó al conjunto de potencias europeas. Así, el apoyo que Francia otorgó a la causa borbónica contrastaba con el soporte que los ingleses proporcionaban al bando austracista.
Durante la guerra, cuya duración se alargó una docena de años, Blas de Lezo ofreció sobradas muestras de ser un hombre de acción, refrendando la alta estima que le tenían sus superiores. La gallardía de la que hizo gala en 1704, en la mayor de las batallas marítimas de la conflagración, frente a Vélez-Málaga, le llevó a perder la pierna izquierda. Allí fue alcanzada por una bala de cañón. Conocido a partir de entonces como “patapalo”, el temor a nuevos envites no hizo presa de él.
De este modo, tres años después, en el intento de liberar el puerto francés de Tolón (cercano a Marsella), perdió el ojo izquierdo, adquiriendo una particular apariencia a la que uniría, en 1714, la pérdida de movilidad de su brazo derecho. Heridas y cicatrices éstas que contrastaban con los cruciales episodios que protagonizó.
Ya fuese abastecer a la Barcelona sitiada por los ingleses, venciendo el cerco mediante el ingenio, o capturando uno de los más lustrosos barcos del enemigo, el Stanhope.
La talla y la fama del marino era ya conocida por todos.
El pillaje y Blas de Lezo
Experto, ya, en las corrientes mediterráneas, América fue su siguiente reto. Nombrado, en 1723, General de la Armada y jefe de la Escuadra del Mar del Sur, Blas de Lezo fue el encargado detener el pillaje amparado por Inglaterra en territorios de Ultramar.
En la pugna por controlar el Atlántico, los británicos no cejaron de hostigar al comercio español. La estrategia anglosajona no fue del todo satisfactoria: los virreinatos estaban lejos de colapsar. La Flota de Indias, salvo contadas excepciones, arribaba a puntualmente a Sevilla, sosteniendo la economía de la Monarquía.
La perseverancia con la cual desarrolló, no obstante, lo enfrentó a los poderes civiles, en concreto, al virrey de Perú. Su encontronazo con el marqués de Castelfuerte, supuso el primero de sus desencuentros con la administración virreinal. Esto acabó por conducirlo de vuelta a España, en 1730.
De nuevo en el mar donde se formó, dirigió acciones en la costa italiana. Trascendental, en este sentido, fue la expedición que le condujo a Génova. Allí, al mando de 6 navíos, exigió el pago de los 2 millones de pesos depositados en el principal banco de la ciudad, el de San Jorge, pero pertenecientes a España.
Blas de Lezo y la reconquista de Orán
Tras ser satisfechas sus demandas, el monarca puso en marcha una empresa de extrema importancia: la reconquista de Orán. Con los fondos recobrados se financió un proyecto cuya magnitud asombró a buena parte de Europa.
En la ciudad levantina casi 30.000 hombres, entre infantería y caballería, y más de medio millar de naves, prepararon la partida al Norte de África. El objetivo era recuperar, de manos otomanas, un enclave perdido en 1708. En la costa argelina, capital para controlar el Mediterráneo, sonaron los tambores de guerra durante la primavera de 1732.
La responsabilidad de llevar la misión a buen puerto recayó en José Carrillo de Albornoz, siendo comandada la flota por Francisco Javier Cornejo. Como segundo comandante fue designado Blas de Lezo, embarcado en el “Santiago”. Satisfechos los preparativos, zarparon el 16 de junio y tomaron tierra 12 días después, el 28 del mismo mes.
En un primer momento presumieron que la resistencia sería encarnizada. Tras el desembarco, comprobaron que las numerosas tropas otomanas carecían de una dirección eficiente. La directriz de Bey Hassan de emprender una pronta retirada hacia el interior de la ciudad, dejó el vía libre a los españoles.
Éstos, en cuestión de días, lograron que Orán capitulara tal y como hizo después el puerto de Mazalquivir, a una decena de kilómetros. En los meses siguientes, los turcos intentarían recuperar con denuedo el territorio perdido.
A fin de cuentas, uno de los principales ejes del Mediterráneo estaba en juego. Felipe V, consciente de ello, encargó a Blas de Lezo que acudiera a socorrer el territorio. Y eso hizo, con éxito, en noviembre de 1732. La amenaza otomana se disipaba; la leyenda del marino guipuzcoano tomaba forma.
Su gran epopeya
La epopeya que protagonizaría en los últimos años de su vida acabaría por asentarla para siempre. La ocasión se presentó, otra vez, en América, y en antagonismo recayó, de nuevo, en Inglaterra. La estrategia de la corona británica al respecto no les estaba proporcionando los resultados esperados.
España aún tenía mucho que decir respecto al nudo estratégico del Caribe, pese a que la conquista inglesa de la isla de Jamaica había inclinado relativamente la balanza hacia Gran Bretaña. En este contexto, era cuestión de tiempo que resonaran los tambores de guerra. Y un incidente aislado fue suficiente para que el rey Jorge II fijara la vista en uno de los puntos clave del entramado colonial español: Cartagena de Indias.
El detonante, publicitado hasta la extenuación por los británicos, alude al infortunio de un contrabandista, Robert Jenkins. Éste, capturado por los españoles en las costas de Florida, no supo guardar las formas. Mostrándose altivo, suscitó la ira de sus captores, quienes le cercenaron la oreja. Al menos, así es como se presentó la noticia a la opinión pública inglesa.
Si se trató de un fraude o una excusa para que el parlamento diera vía libre a la empresa no está del todo claro. En cualquier caso, a comienzos de 1737 la guerra se antojaba inminente.
Blas de Lezo y Cartagena de Indias
Aunque el enfrentamiento aún se haría esperar dos años, Blas de Lezo partió hacia Cartagena en febrero. Al llegar vislumbró un panorama que no podía ser más desalentador: el gobernador estaba enfermo, apenas se había invertido en consolidar las fortificaciones y la guarnición era escasa. Nada se había aprendido del saqueo al que fue sometida la ciudad en 1697, por parte de los franceses. Nada podía hacerse salvo intentar paliar el abandono que tenía ante sus ojos.
En ello se obcecó a lo largo de los meses siguientes. Reforzó las defensas y construyó baterías, pero los medios con los que contaba eran limitados. Como limitada era su capacidad de acción, ya que los roces con el nuevo gobernador, Melchor Navarrete, fueron frecuentes. Mientras, la flota británica ya había partido desde Portsmouth. En total, 28000 soldados, que contrastaban con los 3000 bajo el mando de Blas de Lezo. La suerte parecía echada, pero la capacidad de resistencia y el genio estratégico del teniente general de la Armada.
La batalla
El primer ataque se dio en 1740, en forma de tanteo, prueba de la cautela con la cual el almirante Edward Vernon analizaba el teatro de operaciones. La victoria se daba por segura en Gran Bretaña, y tras bloquear la ciudad el 15 de marzo de 1741, parecía estar al alcance de su mano. Su plan era sencillo: acabar, paulatinamente, con todas y cada una de las fortificaciones exteriores para, finalmente, tomar al asalto la ciudad. Cuando un mes después tomó el fuerte de San Luis, Cartagena quedó completamente expuesta.
Si a ello le sumamos el hambre que la azotó durante el sitio, lo desesperado de la situación era evidente. En buena parte debido a la falta de previsión tanto del virrey como del gobernador. También de lo desmoralizador que resultaba batallar contra 200 barcos contando únicamente con 6 buques. El desembarco de los ingleses en la isla aledaña de La Boquilla antecedía a la derrota. Gracias a la perseverancia de Blas de Lezo, los vítores británicos se desvanecieron.
El virrey, Sebastián de Eslava, transigió con su osadía y le permitió actuar tan temeraria como audazmente. Solo de esta forma se puede adjetivar su decisión de abandonar las trincheras. También de combatir desde el exterior de los fuertes que conservaban. El fuego cruzado resultante cogió por sorpresa a las tropas de Vernon, que aún multiplicando por 4 a las de los defensores, fueron presa del caos y, progresivamente, del desaliento.
La victoria de Blas de Lezo
Después de batirse en retirada, reordenaron sus prioridades, pero a partir de aquel momento no lograron hacerse con ningún otro fuerte. El último intento fallido, el 20 de abril, dio al traste con una victoria que daban por supuesta, enmudeciendo Gran Bretaña. La épica defensa de Cartagena de Indias estaba llamada a pasar a la historia pero a su principal protagonista no lo glorificarían en vida. Mientras el virrey de Nueva Granada se mostró muy crítico con su mando, la enfermedad mermó su salud. Tanto que apenas pasados varios meses falleció, el 7 de septiembre.
Dejó tras de sí un imposible, sosteniendo la presencia española en América, contra todo pronóstico. Habrían de trascurrir décadas hasta que Carlos III reconociera su valía. La del hombre de mar que acabó sosteniendo sobre sus hombros el destino de un continente.
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- Mediohombre: Blas de Lezo y la batalla que Inglaterra ocultó al mundo
- DON BLAS DE LEZO. BIOGRAFÍA DE UN MARINO ESPAÑOL (Crónicas de la Historia)
- El almirante: La odisea de Blas de Lezo, el marino español nunca derrotado
- La Última batalla de Blas de Lezo
- Para los peques: Blas de Lezo y la defensa de Cartagena de Indias: 2 (Gestas de España)
Fue, un gigante héroe de España.
Se debería escribir mucho más de él.
Ese si que es un vasco, como lo fueron Elcano, Legazpi, Pío Baroja, Unamuno y tantos otros , que glorias para España; y no Sabino Arana, Arzallus, Chapote y demás cuadrilla que son una vergüenza para el propio país vasco