Compartir:

Por Pablo Cassinello

La vida tiene colores y, como la vida tiene colores, la guerra también. De hoy y de siempre. Incluso en la más actual de las guerras al final los colores resultan fundamentales. A pesar de la electrónica, a pesar de la  tecnología y a pesar de todo el avance en materia de industria bélica que se quiera, resulta que los colores pueden costarte la vida.

Los que seguimos el conflicto de Ucrania más allá del cansino espectáculo televisivo nos hemos percatado de que hay mucho más aparte del increíble desfile de camisetas de Zelenski. Para los que nos gusta ver de las operaciones sobre el campo de batalla y el hipnótico mundo de las trincheras los detalles resultan fundamentales. Y somos bastantes. Las guerras es lo que tienen. Que si te pillan lejos, resultan hasta apasionantes. Pues pasa que hemos ido observando como los dos bandos, a pesar de sus esquemas de camuflaje, de sus uniformes de última generación y de unos equipos fabulosos han tenido que recurrir a cintas de colores para identificarse.

Sí, cinta de empaquetar, cinta celo, cinta… Llámenlo como quieran pero al final cinta de color alrededor del brazo, del casco o de la pierna. Pura supervivencia. Se trata de que te pegue un tiro el enemigo, no el amigo. Así de sencillo. Volver muerto a casa por lo que se llama fuego amigo es, aparte de volver muerto, de las cosas más desagradables que existen… Así pues, hemos visto que los rusos se han puesto cintas blancas y que los ucranianos se han puesto cintas verdes, incluso azules (aunque al principio se ponían cintas amarillas, que tuvieron que dejar de ponerse porque en ocasiones y a lo lejos se confundían con las cintas blancas…). Y ahora parece que los rusos se están pasando a las cintas rojas en un giro realmente curioso…

Lo cierto es que semejante lógica en pleno 2023 nos retrotrae a la mismísima historia de España… o por lo menos de su bandera. Tenemos que remontarnos varios siglos para recordar que al subir al trono ese rey tan práctico que fue Carlos III se percató de que la mayoría de los países del entorno utilizaban banderas en las que predominaba el color blanco (el caso de España, Francia, Gran Bretaña, Sicilia…). Y como las guerras y los encontronazos bélicos se sucedían frecuentemente, se producían lamentables confusiones en mitad del mar al no poder distinguirse si el buque que se descubría era propio o enemigo hasta tenerlo demasiado cerca. A veces hasta se producían confusiones fatales… Por ello encargó a un erudito de nombre Frey Antonio Valdés y Fernández Bazán, secretario de Estado y algo así como su Ministro de Marina, que le presentase varios modelos de banderas, con la única condición de ser visibles a grandes distancias. Así se hizo… Se convocó un concurso seleccionándose finalmente doce bocetos que se presentaron al Rey.

Carlos III eligió finalmente dos a los que varió algo las dimensiones de las franjas, declarándose reglamentariamente uno para la Marina de Guerra y el otro para la Mercante. Aquel decreto de 28 de mayo de 1785 decía así:

“Para evitar los inconvenientes y perjuicios, que ha hecho ver la experiencia, puede ocasionar la Bandera Nacional de que usa mi Armada Naval y demás embarcaciones españolas, equivocándose a largas distancias o con vientos calmosos, con las de otras naciones, he resuelto que en adelante usen mis buques de guerra de bandera dividida a lo largo en tres listas, de las que la alta y la baja serán encarnadas y del ancho cada una de la cuarta parte del total y la de en medio amarilla, colocándose en ésta el escudo de mis Reales Armas reducido a dos cuarteles de Castilla y León con la Corona Real encima…”

Y ahí quedo eso. Utilidad, identidad y soberanía. Ni más ni menos que el origen de nuestra Bandera Nacional. Primero los barcos y luego ya el país entero. Bajo el reinado de Isabel II se amplió el uso de la bandera bicolor al Ejército procediéndose así a unificar la enseña de España. Un real Decreto de 13 de octubre de 1843 firmado por el entonces presidente del Gobierno provisional Don Joaquín María López decretaba que banderas, estandartes y escarapelas adoptasen con carácter general los colores rojo y amarillo. Y así quedó  y así seguimos. Para gustos los colores, pero éstos son los nuestros.