Fabio Castaño de Legado Hispánico nos trae, en esta ocasión, la intrépida historia de Joseph H. De Castro, un hispanoamericano en Gettysburg.
Por Fabio Castaño
¿A qué os suena, o qué os evoca Gettysburg? ¿Quizá el nombre de un rascacielos?, ¿el apelativo de un hamburgusote?, ¿el alias del último modelo lanzado por Chrysler? Digamos que, desde luego, la palabra, tiene un nosequé y un queseyó muy yankee. ¡Y no puede ser menos, puesto que fue una de las batallas más famosas (y cruentas) de la Guerra Civil norteamericana. O sea, la de Secesión.
Pues allí, en ese marco bélico que el cine y la pintura nos ha recreado alguna que otra vez, estuvo combatiendo un hombre llamado Joseph H. De Castro. Y fue el primer hispanoamericano en ser condecorado, ¡ojo ahí!, la más alta condecoración castrense de los, por entonces, jóvenes Estados Unidos. Vamos, que se le brindó la medalla de honor al valor. Y es que, parece ser, que nuestro protagonista tuvo una destacada acción en la conocida carga de Pickett pero, para entender esto, daremos un repaso previo al contexto de Gettysburg.
La batalla se dio entre 1 y el 3 de 1863. Presentaba credenciales el ejército confederado de los Estados sureños y a cargo estaba el general Lee, que había tomado la severa y crucial decisión de invadir el norte enfrentando su fuerza al Ejército más popular de los Unionistas al mando de George G. Meade: el del Potomac. Lo cierto es que los confederados esperaban dirimir el choque de una manera “cómoda” pero el enfrentamiento se recrudeció hasta transformarse en una batalla campal librada a través de 38 kilómetros cuadrados. Os podéis imaginar aquello…
Tras las acometidas del 2 de julio y la defensa férrea planteada por los unionistas, Lee vio claramente que tendría que emplear algo más que su artillería. A tal efecto recibió refuerzos del general Edward Pickett y con ellos tuvo lugar una carga descomunal que pretendía, además desmoralizar a su enemigo, tomar un importante cruce de caminos. No lo logró. Por ende, aquella acción, que fue uno de los esfuerzos bélicos más importantes de los sureños a lo largo de la Guerra, les terminó pasando amplia factura.
Pero bueno, el caso es que en aquella carga estaba Joseph H. De Castro, ¿os acordáis? De esto va este artículo. El héroe en cuestión nació en Boston, en 1844, y tenía ascendencia española, como muchísimos otros hombres que acudieron a la Guerra. Había mexicanos, puertorriqueños, cubanos o argentinos, entre otros.
No tuvo una infancia fácil. Su padre sucumbió a la tuberculosis y tras fallecer, el muchacho, afectado significativamente por la pérdida no tardó en perder la noción de un quehacer ordinario. De hecho, cuentan las crónicas, que hubo de ingresar (aunque brevemente) en el reformatorio de Massachusetts. A finales de 1861 consiguió salir de allí y vagó por diferentes empleos de muy bajo perfil hasta que la Guerra Civil sacudió la Nación.
Sin duda una muy mala noticia pero igualmente una oportunidad. El muchacho no se lo pensó dos veces: se alistó al ejército de la Unión con 16 años y se encuadró como soldado raso en el decimonoveno regimiento de Massachusetts. Regimiento que se curtió (y mucho) en refriegas como Manassas, Antietam, Fredericksburg y, por supuesto, Gettysburg.
Allí, durante la carga antes mencionada, él fue ell encargado de portar la bandera de su batallón.
Durante los momentos cruciales, que devinieron en una carnicería indescriptible de polvo, metralla, caballos desbocados y sangre, De Castro, no sólo logró mantener a salvo la enseña de su unidad sino que logró capturar el pabellón del Regimiento de Virginia al atacar al abanderado sureño con el asta de su bandera. La secuencia de aquel momento, en una vorágine de fuego cruzado y desconcierto psicológico hubo de ser inverosímil. Pensadlo…
El apresamiento, como era de esperar, desmoralizó a las tropas confederadas, motivó la tenaz resistencia unionista y significó para De Castro la Medalla de Honor (recordemos: la más alta condecoración posible dentro del ámbito militar norteamericano) por su heroica entrega a la causa.
Tras el conflicto secesionista, ingresó en el Ejército regular de los EEUU, contrajo matrimonio y tuvo un posterior empleo (merecidamente tranquilo) en los muelles de New York.
Falleció cuando, paradójicamente, los EEUU ya atisbaban en el horizonte una guerra contra España: la del 98. Por suerte, De Castro, hispanoamericano, no tuvo que hacer dirimir a su corazón las esquizofrenias políticas de un nuevo conflicto amparado –primero de la contemporaneidad– por un sensacionalismo irracional.
Fuentes:
Azules y grises: una historia de la guerra de secesión y sus combatientes españoles.
Joaquín Mañes Postigo.
Ediciones Salamina.
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